Los Agentes de la Paz me condujeron por las calles ejerciendo una fuerte presión en mis brazos, mis pies no tocaban el suelo, eran lo suficientemente fuertes como para llevarme en volandas, aunque viendo mi peso, no era necesario mucho esfuerzo.
Salimos a la calle principal, bajamos la pequeña cuesta hasta el Ayuntamiento y entramos en el edificio. Me habían obligado a mantener la boca cerrada, hacer preguntas en aquel momento no era buena idea, ya me advirtieron de ello con dos bofetones. Sin embargo, reprimirlas era una tarea dura, estaba tan asustada que lo único que se me venía a la cabeza eran preguntas y súplicas para que me dejaran marchar, pero los hombres del Capitolio no atenderían a los lloriqueos de una muchacha de un distrito bajo. Así que me dejé llevar.
Me llevaron por dos largos pasillos que nunca había visto, bajamos unas escaleras de piedra y entraron en la segunda puerta a la derecha de un pasillo realmente siniestro. En la habitación no había mucho, una mesa, una silla, de madera por supuesto y con pinta de ser incómoda, unas lámparas, una pizarra con anotaciones y dos hombres más, hablando entre ellos, observando algunas hojas de cálculo que había encima de la mesa. Los dos levantaron la cabeza en cuanto pasamos al interior, uno de ellos tenía el pelo canoso y corto, iba vestido como un Agente de la Paz pero sin casco, la expresión de su rostro era severa, con unos ojos azules entrecerrados y una mandíbula apretada. Su compañero no daba tanto miedo, era una veintena de años más joven que el otro hombre, con el pelo corto de color negro y los ojos castaños con ligeras motas verdes a la luz de las lámparas, también iba vestido con el uniforme, pero la expresión de su rostro era suave y tranquila, parecía sereno y no se inmutó por nuestra intrusión.
-Señor. -Habló el Agente que me había apuntado con la linterna y que nos había conducido hasta allí.- Es ella, la encontramos infringiendo el toque de queda cerca de los almacenes y la valla del distrito. Sin duda es la ladrona.
-¡No! -Exploté.- ¡Yo no he sido! ¡Nunca he robado nada!
-¡Silencio! -Me abofeteó con fuerza el rostro, acallando mis gritos.- No quiero oír la sarta de estupideces que una ladrona tenga que decir. -Escupí un poco de sangre y levanté la cabeza para observar a los tres hombres. El Agente prosiguió.- Dinos que tipo de castigo debemos darla y se hará ahora mismo.
-¿Acaso sabéis a ciencia cierta que ella es la ladrona? -Preguntó el joven Agente que me examinaba con el ceño fruncido.
-¿Perdón?
-Sí, está escuálida, mírela, no podría ni con su propio peso, ¿de verdad cree que pudo robar las cuatro cajas de vacuno?
-Pero, señor. -Insistió el Agente.- Estaba fuera del toque de queda, cerca de las vallas y de los almacenes, puede que ella no sea quién robó las cajas pero estoy seguro de que tuvo que ver en el hurto. La interrogaré si es preciso para verificar su culpabilidad.
-Bobadas, es una cría.
-Azir. -Dijo el hombre con rostro severo.- Niña o no, ha infringido las normas, será castigada por ello. -Se acercó a mí y me observó atentamente.- Apellido.
-Jawahal... -Susurré y aparté la vista de él. Asintió con la cabeza y se volvió hacia sus compañeros.
-Buscad en los archivos y preguntad a su padre sobre ella.
-¿Ahora? -El superior asintió y señaló la puerta. Me agarraron de nuevo y me sacaron de aquella sala, de nuevo en volandas, me metieron en otra sala y cerraron la puerta con llave por fuera. Me lancé contra la puerta y empecé a pegarla golpes con las palmas de las manos.
-¡Sacadme por favor! ¡No he hecho nada! -Grité una y otra vez, pero nadie venía. Me quedé sentada en el suelo y me tapé el rostro con las manos, tratando de tranquilizarme. Respiré hondo varias veces y recé para que vieran que era inocente.
Parecía que habían pasado horas cuando abrieron la puerta, entreabrí los ojos, pues estaba medio dormida, y observé al mismo Agente que me acusaba de robo junto a los demás, tiró hacia mí una mochila.
-Mi mochila... -Susurré.- ¿De dónde la habéis sacado?
-De los almacenes.
-¿Cómo? -Pregunté, confundida.
-No te hagas la inocente, niña, están las cartas sobre la mesa. Tu mochila estaba en los almacenes, eres la culpable del robo.- Comencé a negar con la cabeza varias veces.
-No... lo juro, yo no he sido nunca robaría nada, nunca he estado en los almacenes.
-¿Nunca? A pesar de ser menor de edad ya has trabajado en los mataderos del lado Este, muy cerca de ellos. Digas lo que digas, eres culpable y serás castigada como es debido.
-Sigo sin creerme que ella lo haya hecho. -Dijo Azir, que estaba de brazos cruzados en el umbral de la puerta. El Agente de la Paz le lanzó una fulminante mirada, este se la devolvió.- El castigo se ejecutará aquí, nada de espectáculos. -El hombre fue a protestar, pero no debía contradecir a un superior. El hombre canoso salió de la sala y Azir le siguió de cerca, no sin antes haber visto vocalizar "lo siento". Cerraron la puerta y me quedé sola con los otros tres Agentes.
El hombre que me acusó sacó un látigo y esbozó una siniestra sonrisa. Los otros dos me agarraron de la camiseta y la rajaron por la espalda, me cogieron de los brazos mientras forcejeaba con ellos, pero no tenía nada que hacer contra su fuerza. El primer latigazo quemó mi espalda. Sentí cómo se había abierto paso entre mi carne y manaba el primer hilo de sangre, el segundo y el tercero me dejaron sin respiración, apenas podía hacer otra cosa que gritar. Las rodillas y los brazos me temblaban, me caían gotas de sudor por la frente y sentí cómo la cabeza me daba vueltas.
El látigo cortaba el aire con cada movimiento y abría nuevos cortes en mi frágil espalda, la carne se abría, manaba sangre y notaba como podía llegar al hueso y partirme en dos. Solté chillidos hasta quedarme sin respiración, sentí una palpitación intensa en la sien, la vista comenzó a nublarse rápidamente hasta que el dolor fue lejano y caía desplomada en el suelo.
-Por poco la matan. -La voz era conocida, cerré los ojos con fuerza al sentir una mano en mi barbilla.- Mira, despierta, menos mal. -Azir esbozó una sonrisa y me colocó la camiseta para que mi pecho no se viera.- Esto terminará pronto. -Me cogió con cierto cuidado y me llevó fuerza de aquella sala. Recorrimos los pasillos en dirección a la puerta principal, una vez allí, me dejó en las manos de mi castigador. Este me agarró de los harapos que ahora mismo llevaba y me sacó por la puerta principal como un trofeo de caza. El distrito entero se había reunido alrededor de la plaza, ya había amanecido, y todos ahogaron un grito al verme aparecer en manos de aquel Agente.
-¡He aquí la ladrona! El Capitolio os da protección y un hogar, a cambio sólo os pedimos vuestra colaboración, ¿y así nos lo agradecéis? El crimen no es ninguna broma y todo aquel que quiera desafiar la ley será castigado. -Me dio un empujón y caí al suelo de bruces. Se acercó a mí y dejó al descubierto las heridas de mi espalda.- Ella nos desafió y perdió. Si alguno de vosotros todavía piensa en seguir su ejemplo quiero que veáis lo que os espera. Y la próxima vez no seremos compasivos... -Dio varios pasos hacia delante.- Hasta nuevo aviso seguirá habiendo toque de queda y un control exhaustivo de todos los mataderos y del almacén. -Dicho eso último, todos los Agentes desaparecieron dentro del Ayuntamiento, incluido Azir.
Seguí en el suelo, no tenía fuerzas para levantarme, nadie se movió de sus sitio y sus ojos seguían fijos en mi. Mi cansada mirada recorrió todos y cada uno de los rostros que me observaban. No sabían que hacer. Seguramente les hubieran dicho que no me ayudasen. Traté de incorporarme pero las fuerzas me fallaron y me quedé echada en aquel polvoriento suelo.
-¡Ayúdame! -Oí gritar a una mujer. Su voz me era muy conocida. Alcé la mirada hacia la médico del distrito que se acercaba corriendo a mi seguida de su hijo. Entre los dos me cogieron en brazos y me fueron llevando lentamente a través de la plaza.
-¡No! -Jonathan salió corriendo entre la gente seguido de su padre aunque le gritara una y otra vez que volviera. El hombre le alcanzó antes de que llegase ante mí.- ¡Chica! -Su rostro estaba desencajado, en su mirada había preocupación. La médico me dejó en brazos de su fuerte hijo y le dijo que fuera a casa, acto seguido se acercó a Jonathan.
-Tranquilo, cuidaremos de Rebecca, cuando pueda recibir noticias te avisaremos, hasta entonces no temas. -Le puso la mano en el hombro y se dirigió detrás de nosotros hacia su casa.
Cuando abrí los ojos era de noche, sólo una pequeña vela iluminaba la estancia, las sábanas de la cama donde estaba olían a alguna flor y eran suaves.
-Por fin despiertas, llevas dos días durmiendo. -Oí decir a una voz masculina.
-¿D-dos? -Susurré y me froté los ojos, después traté de levantarme.
-No lo hagas. -Se sentó en una silla junto a mi cama y me hizo volver a tumbarme. Era un chico más mayor que yo, de ojos verdes claros y pelo castaño claro, casi rubio. Tenía un cuerpo fuerte de haber trabajado en el campo y una gran sonrisa en su rostro.- Tienes las heridas muy recientes, en unas semanas no podrás moverte de la cama si no quieres que sangren.
-¿Quién eres...?
-Me llamo Ethan, soy hijo de Emily. -Al ver mi cara de confusión prosiguió a aclararlo.- El hijo de la médico. Mi madre te cuidó cuando eras pequeña, ¿te acuerdas? Tras...lo de tu madre y tu hermano. -Asentí levemente.
-Me acuerdo... -Me apartó un mechón de pelo de la cara y lo echó hacia el lado derecho. Me quitó la sábana de la espalda desnuda y cogió una pequeña tarrina de vidrio, quitó la tapa y se untó los dedos. Se acercó a mí y esparció el ungüento por las heridas. Me mordí el labio con fuerza tratando de aguantar el dolor.
-Lo siento, pero tengo que dártelo, te vendrá bien y te curarás antes. -Con los dados impregnados recorrió cada una de las heridas de mi espalda. Fijé mis ojos en los del aquel chico, mis mejillas se fueron sonrojando lentamente hasta que el chico acabó y se apartó de mí, limpiándose los dedos en un trapo. Me miró aun con la sonrisa en el rostro.- Ya está, dejaré que descanses y mañana vendré a ver qué tal estás. -Se levantó y me arropó con la suave sábana.
-Ethan.
-¿Si?
-Yo no lo robé. -Cerré los ojos. Se inclinó hacia mí y me besó la coronilla con delicadeza.
-Lo sé. -Abrí un ojo y observé como apagaba la vela y salía de la habitación dejando la puerta entreabierta. Acomodé la cabeza en la almohada y traté de dormir, pero las imágenes de aquella tortura, el dolor que había sentido y que aún tenía no me dejaban descansar. Me vinieron a la mente todos los rostros de aquellos que me observaban sin mover un músculo por mí, ni siquiera vi los ojos de mi padre entre la multitud. Recordé también los gritos que había dado Jonathan mientras se acercaba corriendo. ¿Estaba preocupado por mí? Solté un suspiro y traté de dormir, dejando la mente en blanco para evitar pensar en lo que había pasado.
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Buen comienzo para un libro: inicio fuerte y que engancha. Pero tendrías que hacer una última revisión en esta publicación para comas y algún conector (ej:"hasta EL Ayuntamiento", "yo no he sido, nunca he robado nada" , "Jonathan salió corriendo entre la gente seguido de su padre AUNQUE le gritara...") y creo que nada más, por lo demás todo perfecto, me está encantando. Espero impaciente tu próxima publicación :)
ResponderEliminarMuchas gracias por haber comentado y corregido, estas cosas pasan sobretodo cuando lo escribo desde el móvil a veces no me doy cuenta de que cometo algunos errores y aunque lo relea antes de publicarlo, mi ojo puede no captarlos. Ya lo he cambiado :)
EliminarMuchas gracias también por darme tu opinión, me encanta saber la opinión de los lectores y que esperando con impaciencia el siguiente capítulo. Espero poder publicar el cuarto lo antes posible y que también te gusten las demás historias tanto como esta.
Gracias de nuevo y un besazo.