Atención: hemos decidido crear esta segunda historia como otra opción de lectura en el blog. No quiere decir que dejemos YURGS a parte, por favor, rogamos que nos envíen comentarios expresando su opinión sobre el capítulo piloto. Gracias.
Su historia no es fácil de contar. No es gente normal, no es nada cotidiano que podáis haber visto antes. Ellos son una jóven pareja casada prematuramente por elección propia.
Steve, un joven alto, delgado y ancho de hombros, de veintiún años de edad. Su cabello engominado hacia atrás, de color cobre oscuro y con un ligero tupé, con un par de mechones rebeldes sobre la frente. Su rostro acaba en una barbilla ligeramente puntiaguda con una perilla no muy poblada, unos labios delgados, una nariz perfilada y unos hoyuelos que aparecen en sus mejillas al sonreír. Sus ojos, achinados cuando sonríe, son pequeños con una extraña heterocromía: el derecho de color rojo y el izquierdo verde. Sus orejas acaban en una ligera punta, y detrás de la derecha, tiene un pequeño tatuaje de una rosa junto a la bola número ocho del billar.
Ellie, una muchacha de baja estatura y constitución delgada, tiene dieciséis años. Su cabello es de un color rubio oscuro, cortado a la altura del cuello, salvo un largo mechón que tiene recogido con una coleta y que le llega hasta la cintura, en lo que se llama "coleta china". Su rostro es redondo, su nariz pequeña y ligeramente respingona, los ojos grandes, adornados con largas pestañas, de un color marrón oscuro con ligeras motas verdes. Sus labios carnosos y suaves, escondiendo detras unos blancos dientes bien colocados.
A pesar de la diferencia de edad, esta pareja contrajo matrimonio en el momento en que Ellie escapó de su casa y dejó los estudios de bachillerato. Los dos, viviendo una vida no muy honrada, trabajan como timadores y estafadores profesionales, aunque sus métodos no son convencionales. Ambos poseen el poder de hacer ilusiones, crear mundos que solo ellos pueden controlar y esconder, a la vista de alguien normal, lo que no quieren que vea. Típicas cosas de ilusionistas.
Uno de ellos siempre las crea para que el otro aproveche y robe todo lo que pueda, así, su trabajo está asegurado y cuando se dan cuenta, ellos ya han huido. Pero pasemos a los hechos que están ocurriendo en este momento, en una taberna de un barrio de mala fama, frecuentado principalmente por mafiosos y problemáticos drogadictos.
El fajo de billetes pegó un golpe seco contra la mesa, la cual parecía que no habían limpiado en días. Unas cinco mil kramas (dos mil quinientos euros) estaban delante de sus ojos. El muchacho estaba cruzado de brazos, mirándolo con una ceja levantada, y con una pierna cruzada.
-¿Puedes igualar la apuesta? -El hombre que había sacado el dinero estaba con las manos apoyadas en la mesa, inclinado hacia delante. Su cabello era oscuro, sus ojos marrones y era bastante alto. Parecía tener una treintena de años. Steve esbozó una prepotente sonrisa y alzó la mirada hasta encontrarse con sus ojos.
-Me ofendes, ¿cómo osas pensar que yo, Steve Rose, no lo igualaría? -Comenzó a negar con la cabeza- Que poco confías en mi, en serio.
-Rose, el dinero, en la mesa.
-Vale, vale. Que ansia -El chico metió la mano en su chaqueta y sacó otro fajo igual que el de la mesa. Lo puso junto al otro y se levanto- Bueno, ¿empezamos? -Sonrió de lado mientras abria los brazos.
Aquel hombre y el muchacho se dirigieron a la mesa de billar que estaba en el centro del local. El primero cogió uno de los palos mientras sus compañeros encedían el foco de encima, cogían las tizas y colocaban las bolas. Steve, por el contrario, había cogido una caja larga y negra y la había abierto, sacó un palo largo, con una talla de espinas en todo él hasta la parte más ancha donde se formaba una rosa. Cerró de nuevo la caja y se acercó a la mesa para ponerle tiza mientras miraba al rival.
-¿Hacéis los honores?
El hombre accedió y abrió partida.
El primero en marcar fue Steve, colando la número dos y la siete rayadas de un tiro. Su rival matió la blanca despues de marcar el número seis de las lisas.
La partida transcurría. Los compañeros del hombre estaban alrededor de la mesa, animandole. Steve entonces posó los ojos en la puerta del local cuando entró una chica rubia. Esbozó una sonrisa y miró el objetivo de su próximo tiro. Respiró hondo y se dispuso a lanzar. La bola blanca impactó en otra, y esta en la siguiente, y así formando una cadena hasta que todas se metieron en los agujeros y sólo quedaba en la mitad del tapete la bola negra girando. El hombre miró hacia Steve, pero este ya no estaba. Todo había pasado demasiado rápido a sus ojos pero en realidad, fue muy diferente.
En cuanto Steve golpeó la bola blanca con el palo, el tiempo pareció ralentizarse. Ellie Rose, la chica rubia que había entrado, fue directa a la mesa y cogió los fajos de dinero para meterlos en una mochila. Se acercó a todos los hombres que allí estaban y sacó las pistolas que tenían guardadas para quitarlas los cargadores y dejarlas sin balas. Después, fue hacia el hombre que jugaba contra Steve y le robó todo el dinero que tenia encima. El muchacho mientras estaba metiendo todas las bolas con las manos en los agujeros y ponía la negra en el centro para hacerla girar. Ellie se acercó a él cerrando la cremallera.
-Está todo, vámonos.- El chico le agarró de la mano y salieron corriendo por la puerta de atrás. Una vez en la calle se alejaron lo más rápido que pudieron, se metieron en un callejón y se quedaron apoyados con la espalda en la pared.
El chico se empezó a reír y se giró hacia ella.-¿Cuánto esta vez?
-Más de diez mil
-¡Sí! -La cogió el brazos y giró con ella mientras reían- Nena, nos quedan sólo cinco mil kramas y nos podremos ir donde queramos. -La dejó en el suelo y apoyó las manos en la pared, arrinconandola entre su cuerpo y el muro. Se inclinó hacia ella, ya que le sacaba una cabeza, y la besó. Al separarse, le agarró la mano, cogió su caja negra y se fueron andando.- Habrá que esconderlo con lo demás y dar el último golpe antes de nos encuentren.
-Tu eres el que de verdad se arriesga, a mi no me conocen. -Le apretó la mano- Deberías dejar que yo hiciese la ilusión alguna vez.
-¿Y dejar que te expongas? No, gracias. -Le soltó la mano y le pasó el brazo por los hombros.
-Pero... -El chico la paró y le puso un dedo en los labios.
-Ellie, no, sé que tus ilusiones son igual de buenas, pero no dejaré que te arriesgues. Eres demasiado importante.
-Eso no es justo -Se separó y se cruzó de brazos- Ya me arriesgué una vez y gané, no sé que diferencia hay en que me arriesgue por ti.
-Nena... -La abrazó por la cintura y le puso la barbilla en la cabeza- Lo de tu familia será algo que no me perdonaré nunca, fui yo quien te arrancó de su lado.
-¡No! Fue elección mía, yo decidí irme para estar contigo, me arriesgué y gané, prefiero nuestra vida ahora a como la llevaba antes. -Sintió que los brazos de Steve la abrazaban más fuerte- No fue tu culpa y punto -.
Se oyó un suspiro- Dejemos de hablar de esto y vayamos a casa. -Volvió a pasar el brazo por sus hombros y siguieron andando.
Al cabo de media hora llegaron a un alejado complejo de apartamentos. Subieron las escaleras agarrados todavía y se dirigieron a la segunda puerta de aquel largo pasillo, pero al verla abierta, se quedaron parados. Steve puso a Ellie detrás suyo y comenzó ha andar lentamente hacia ella, se apoyó en la pared y escuchó los ruidos que venían de dentro. El chico abrió la caja y sacó su palo, lo apretó y tensó la mandíbula. Cerró los ojos un momento. De su cuerpo comenzó a salir una figura semitransparente que poco a poco cogía forma hasta ser idéntico a Steve Rose. La ilusión entró corriendo en la casa y el verdadero agarró a Ellie y le siguieron, pero se quedaron en el armario de la entrada, el cual estaba metido en la pared y formaba la puerta con trozos horizontales de madera. Steve abrió la puerta y metió dentro a Ellie, aunque esta no se dejaba. Antes de cerrar, le agarró el rostro y apoyó su frente en la suya.
-No salgas de aquí, pase lo que pase no salgas, para nada. ¿Me has entendido? -Susurró.
-Steve... No... -Sus ojos se llenaron de lágrimas. Él se las limpió con los pulgares.
-Mi amor, prométeme que no saldras, necesito saber que estas bien -Ellie al fin asintió. Steve se acercó a ella y la besó tiernamente, notando que sus lágrimas recorrian sus mejillas y chocaban contra sus manos.
Con ese beso, el chico la metió dentro y cerró la puerta. Al final del pasillo se oyeron disparos y la ilusión de Steve cayó al suelo y se hizo añicos. El verdadero aferró con fuerza su palo y fue directo hacia ellos. Se quedó parado en medio del salón, allí había cuatro hombres revolviendolo todo pero pararon cuando Steve apareció. Entonces, de entre los muebles y objetos caídos, salieron y se quedaron levitando cuatro bolas de billar que rápidamente fueron a impactar contra los hombres. A uno de ellos le pegó varios golpes en el estómago y la espalda, haciendo que se quedase arrodillado en el suelo. El siguiente lo recibió en la mandíbula y cayó al suelo, de donde no se levantó. Los dos restantes trataron de evitar que les diesen, pero no funcionó, pues impactaron en su estómago y frente respectivamente. Así, los cuatro quedaron doloridos y magullados en el suelo mientras Steve, todavía en el mismo sitio, esbozaba una sonrisa de superioridad.
Sin embargo, a ojos del muchacho no fue eso lo que pasó.
Los hombres habían entrado en la ilusión que había hecho, pero no había ninguna bola. Fue Steve, quien rápidamente, daba los golpes que aparentemente daban las bolas del billar a los hombres con el palo que tenía en las manos lo más fuerte que podía, así cuando les dejó a todos en el suelo, volvía a estar en el mismo sitio.
Se fue a acercar a ellos cuando sintió un seco y fuerte golpe en la nuca. Se desplomó en el suelo y el palo salió rodando hasta quedarse debajo del sofá. Sus ojos se quedaron mirando a un punto fijo, los ojos de su gato.
Un pequeño gato persa, de color naranja, estaba acurrucado con todo el cuerpo erizado, mirando a Steve fijamente. En ese momento tuvieron una pequeña conexión, un instante en el cual solo estaban el gato y él. El felino se pasó una pata por su peluda cara y sus ojos, que anteriormente eran marrones, pasaron a ser de color rojo y el otro verde. Ahora los ojos de Steve eran los del gato. Ahora eran uno.
A través de sus ojos, vio como una muchacha, de la misma constitución que Ellie, su mismo color de pelo, sus mismos ojos, apagados y sin vida, y su misma forma de andar, pero iba vestida con un uniforme militar compuesto por chaqueta y falda. Aunque ambas fuesen iguales, la que había golpeado a Steve, llevaba unas pequeñas gafas sobre la nariz. Dos hombres más entraron y se llevaron el cuerpo desmayado del chico y ayudaron a los cuatro hombres que había en el suelo. Una vez fuera se acercaron a una furgoneta.
Ellie había permanecido todo el rato dentro del armario, oyendo todo lo que pasaba, los golpes, las voces, las órdenes. Había tenido intención de salir pero había prometido a Steve no hacerlo, así que simplemente se quedó abrazada a la mochila mientras miraba entre las rendijas que componían la puerta, esperando ver a su marido. Sin embargo, no apareció de la manera que ella quería, sino que lo vio pasar siendo arrastrado por dos hombres hacia fuera. Sus ojos se llenaron de lágrimas y empezó a llorar. Cuando no hubo nadie, salió y se acercó a la puerta principal. Vio como metían a su chico en una furgoneta y aceleraban para marcharse. Ellie se dio la vuelta y observó su casa. Fue arrastrando los pies por el pasillo y cayó de rodillas al ver toda su casa patas arriba. Se apoyó en la pared y comenzó a sollozar, abrazando sus piernas y maldiciendose por lo bajo por no haberle ayudado.
El maullido del gato fue lo único que la sacó de aquel estado, se limpió la nariz con la manga y miró alrededor, pues el pequeño felino estaba observando el sofá. Comenzó a gatear hacia allí y buscó entre los objetos caídos hasta hallar el palo que utilizaba Steve para jugar al billar. Se aferró a él con fuerza y apoyó la frente donde estaba tallada la rosa. Respiró hondo.
-Iré a por ti... -Susurró.
-¡Buf! ¡Más les vale que me cuiden bien! No tengo un cuerpo cualquiera. -La chica se sobresaltó al oír la voz de Steve y se giró, pero él no estaba. Sólo el gato la miraba y ella le miraba a él sin moverse. Entonces fue cuando lo percibió, el color de sus ojos. La voz que había oído sólo estaba en su cabeza y sabía perfectamente de quien venía. Y lo sabía mirando solo los ojos del gato.
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