Las herraduras de los caballos
chocando contra el suelo era el único ruido que podía oírse. El ejército,
conducido desde el reino de Guniver, había salido ya en formación. A la cabeza
Asch, equipado con la armadura de su progenitor, la lanza del difunto Jarven y
su espada colgada de su cadera, y con la
parte superior de su cabello recogido para evitar que los mechones le
molestaran. Nadie hablaba. La tensión podía palparse. Todos y cada uno de los
soldados se mentalizaban para lo que se avecinaba. Aunque nadie estaba
preparado.
Cuando las tropas habían
alcanzado la bifurcación que se dirigía hacia Husmacia, llegaron hasta sus
oídos el sonido de los cuernos de guerra. Asch tensó la mandíbula. Frente a
ellos comenzaba a conformarse el ejército husmaciano. Sus ojos contemplaron la
primera línea de batalla. Al frente de las tropas, sobre su caballo blanco y
ataviada con una reluciente armadura ligera, se hallaba Shenia. Había recogido
todo su pelo en la parte posterior de su cabeza, portaba la cimitarra en la espalda
y dos de sus látigos colgados a ambos lados de su cadera. Agarraba con fuerza
las riendas de su montura mientras miraba a su prometido acercarse.
El ejército del príncipe llegó a
la altura de su aliada, éste frenó sus tropas con un movimiento de brazo y se
quedó observando el serio rostro de su amada. Después, y sin mediar palabra con
ella, asintió con la cabeza y ambos encabezaron la marcha, primero las tropas guniverianas
y en la retaguardia, las correspondientes al reino de Husmacia.
-Alteza. –Susurró un joven elfo.
Glaiss, agazapado tras la maleza, se volvió hacia el muchacho y ordenó que se detuviera
el otro escuadrón que les acompañaba. El soldado era aún muy joven para haber
combatido en más de una guerra. El heredero no necesitó que aquel elfo dijera
una palabra más. Estaba muerto de miedo, un terror comprensible cuando vas a
luchar contra enemigos tan poderosos. Extendió una mano para agarrarle del
hombro y le sonrió con confianza. Abrió la boca, pero sus inminentes palabras
fueron acalladas por el sonido de unos cascos.
Todos se escondieron y se
mantuvieron en sus puestos hasta que el príncipe diera la orden. Éste se
mantuvo quieto en su posición, apartando algunas ramas de arbustos para poder
observar cómo el ejército nefilim se acercaba, por el camino que llevaba a su
reino, con sus infantes y caballeros.
El ejército humano había llegado
ya a la gran plaza elíptica, un claro en el bosque, con un enorme obelisco de
mármol negro con los nombres de los monarcas sucesores de los fundadores de
Y.U.R.G.S., sobre éste, la enorme Luna de Sangre brindaba una siniestra luz
sobre aquel campo de batalla. Las tropas se dispusieron en formación, la
caballería delante armados con lanzas, tras ellos la infantería pesada y en la
retaguardia los arqueros. Asch y Shenia
estaban delante de la primera línea de batalla, ambos con la vista fija en
aquel ejército que se aproximaba lentamente. El príncipe estiró una mano para
agarrar la de su prometida, se miraron largo tiempo antes de que se soltaran.
Asch dio la vuelta su montura para observar los rostros de los hombres que les
acompañaban a la batalla.
El muchacho buscó las palabras
correctas, pero ¿qué decir en una situación como esa? Muchos de los allí
presentes conocían a sus rivales, eran incluso amigos o familiares. En aquel
momento, las palabras de ánimo no podrían aplacar la inseguridad y el miedo de
aquellos soldados, ni siquiera del propio corazón del príncipe. La única opción
que tenían era acabar con esto cuanto antes, evitando el mayor número de
muertes posibles. Así, el joven príncipe simplemente alzó el brazo, con el puño
cerrado.
-¡Por Y.U.R.G.S.! -Los soldados
le respondieron con un grito al unísono. Desenvainaron sus espadas, alzaron sus
lanzas y las flechas se colocaban en los arcos.
Drank encabezaba la marcha de sus
legiones, cada vez más cerca de sus antiguos amigos. Alzó su arma y dio un
grito de guerra.
Ambos ejércitos avanzaron en
formación. El cielo se cubrió por un momento de una oscura lluvia de flechas
que caía sobre los nefilim, derribando a algunos de sus monturas o hiriéndoles.
Pero unas simples flechas no podrían con ellos.
El choque entre los dos ejércitos
provocó un enorme estruendo.
La superioridad de su fuerza hizo
retroceder a la primera línea, las lanzas se clavaron en los cuerpos de los
humanos o en sus caballos, pronto, la batalla fue cosa de la infantería. Los
arqueros dejaron a un lado sus armas de distancia y se unieron a la lucha con
sus propias espadas. Así, los dos ejércitos se convirtieron en una masa de
gritos y sangre.
Cuando la batalla se hubo
concentrado en el centro de aquella elíptica plaza y las tropas de ambos
ejército se mezclaron en una masa heterogénea de estandartes, armaduras de
diferentes colores y sangre, se oyó un estruendoso grito procedente de los
árboles que rodeaban el camino hacia Blizternova. De la espesura, el ejército
de Sonrengar salió blandiendo sus armas en dirección al enemigo. Los nefilims
fueron sorprendidos y atacados por la espalda, y muchos de ellos cayeron bajo
las armas élficas, sin embargo, la fuerza de su especie superaba tanto a la
humana como a la elfa. Pronto los reinos aliados se vieron rebasados por el
contingente nefilim.
En medio de aquella masacre, en
la que algunos humanos como elfos y nefilims ya yacían muertos en el campo de
batalla, se libraba una pelea personal. La princesa Shenia había clavado su
cimitarra en la espalda de un enemigo que trataba de asestar un golpe mortal a
un soldado husmaciano, tras haberlo salvado, ambos se volvieron a poner en
guardia para luchar contra todo aquel que osara acercarse, sin embargo, los
ojos de la muchacha vislumbraron entre los cuerpos de los soldados la esbelta
figura del príncipe Drank. Los ojos enfermos del muchacho transmitían el odio y
rencor que el mismo brujo tendría hacia su antepasada. Él se acercaba
lentamente. Nadie se atrevía a atacarle, por lo que ni siquiera había liberado
sus dos espadas de las fundas de su espalda. Apenas les separaban un par de
metros, Shenia agarró uno de sus látigos, apretó la mano derecha sobre el mango
de su cimitarra y se puso en guardia.
Los primeros golpes pudo
detenerlos sin problema a pesar de la enorme fuerza que tenía el muchacho, cada
choque de armas la hacía retroceder pero no por ello cedía. De un movimiento, el
látigo de cuero se enroscó en la mano derecha de Drank, la princesa tiró con
fuerza para inmovilizarle la extremidad, pero Drank lo agarró la otra y, de un
tirón, tuvo a la chica a escasos centímetro de su rostro. Una siniestra sonrisa
iluminó su demacrada expresión antes de que la lanzara por los aires. El golpe
contra el suelo fue duro, por un momento se quedó sin respiración y trató de
boquear para que le llegara el aire a los pulmones. Una vez recuperado el
aliento, se arrastró por el suelo para coger su arma que había caído a un par
de metros de ella, pero cuando sus finos dedos ya rozaban la empuñadura, las
grebas de Drank aplastaron el hueso de su muñeca. Profirió un agudo grito y
movió los dedos para tratar de coger la cimitarra, pero el peso del príncipe
impedía que moviera el brazo, y por el dolor que sentía llegó a pensar que le
había roto los huesos.
Su situación era límite, se
encontraba a merced de Drank y dudaba que en su estado tuviera piedad de ella.
Shenia se movía e intentaba liberarse, pero nada de lo que hacía era
suficiente. Sin esperar un segundo más, Drank arrancó de la cadera de la chica
el segundo látigo que portaba y envolvió con él el fino cuello de la princesa.
Liberándola la muñeca, Drank tiró con fuerza del látigo para poner a la
muchacha de pie, usando su propio arma como horca, impidiendo así que
respirara. Shenia se llevó instintivamente las manos al cuello para tratar de
aflojar la presión que hacía sobre él, pero la fuerza que ejercía impedía la
llegada de oxígeno al cerebro y pronto sus movimientos se vieron ralentizados.
-Es así como debería haber
acabado, contigo muerta. Éste es el castigo que merecen los traidores.
Lentamente, sacó de su espalda
una de sus espadas cortas y dirigió su filo hacia el cuello de Shenia. Ésta, al
ver cómo se acercaba aquella arma, comenzó a patalear e intentar pronunciar
palabra, pero la presión del látigo apenas dejaba escapar susurros.
-D-Drank… no… -Las lágrimas se le
acumularon en los ojos. El corazón le latía desbocado contra el pecho- Dra… -Su
voz se quebró cuando sintió el frío filo de la espada contra la ardiente piel
de su garganta.
Lo más profundo del bosque traía
fuertes sonidos, gritos, pasos, trotes… La cercanía de dicho alboroto se hacía
cada vez más patente. ¿Acaso se acercaba un nuevo enemigo, aprovechándose de la
situación en la que se encontraba Y.U.R.G.S.? El príncipe Asch, que luchaba en
la parte más occidental de la plaza junto a una guarnición de sus mejores
hombres, se percató de aquel ruido. Por un momento, la lucha en aquella facción
de la guerra se detuvo. Ambos bandos escucharon atentamente como el ruido
avanzaba con rapidez, estando más cerca de ellos cada vez. El príncipe agarró
su espada con ambas manos y la alzó, colocándose en guardia para un posible
ataque. Sin embargo, sus ojos se abrieron por la sorpresa. Una marabunta de
hombres y mujeres, jóvenes y entrados en años, de vestimentas ajadas y
reputación cuestionable, salió de entre los árboles, gritando, como una jauría
de perros, directos a por los subordinados del príncipe Drank. Entre ellos, una
enorme bestia interrumpió en el campo de batalla, seguido de mercenarios a
caballo.
Kylai observó al heredero con una
sonrisa en el rostro y él le respondió con otra, llena de alivio.
-Pensé que no lo habías conseguido.
-Lo bueno se hace esperar,
querido.
Pero aquel instante de relativo
desahogo fue bruscamente interrumpido por la voz de su compañero. Glaiss, entre
una marabunta de soldados de ambos ejércitos, gritaba con fuerza. Su cabello
blanco estaba pegado a su frente, su rostro estaba sudoroso y salpicado de
sangre. Sus ojos, llenos de desesperación, le lanzaban miradas de socorro a su
hermano. Asch contuvo la respiración durante un segundo y siguió la dirección
que marcaba el elfo con su espada mientras se intentaba abrir paso entre los
soldados. Lo que sus ojos vieron le provocó tal opresión en el corazón que por
un momento sintió que dejó de latir.
-¡¡¡SHENIA!!!
Con aquel grito, el príncipe
salió corriendo, apartando a todo aquel que osara cruzarse en su camino.
Arremetía con fuerza contra los enemigos para placarlos y apartaba a empujones
a los aliados por la inercia de la carrera. Durante el camino, se hizo con una
larga lanza que estaba clavada en el suelo, apuntó con ella y la lanzó con toda
la fuerza que su brazo derecho podía ofrecerle. La afiliada punta de aquella
arma se clavó en el omoplato derecho del príncipe Drank. Éste soltó un alarido
y apartó la espada del cuello de la muchacha para darse la vuelta. En aquel
momento, Asch le embistió, separándolo de Shenia y tirándolo al suelo, después
se incorporó rápidamente y desenvainó su espada.
-No vuelvas a tocarla. –Dijo entre
dientes con tono rabioso.
Drank se arrancó la lanza de la
espalda y se levantó del suelo. Sus apagados ojos alternaban entre el iracundo
rostro de su antiguo amigo y su objetivo. Shenia se hallaba en el suelo,
tratando de respirar de manera normal. Drank sacó las armas de su espalda y
apuntó con una de ellas hacia la muchacha.
-Me encargaré de ti primero,
después la mataré delante de tus ojos y luego me plantearé si acabar con tu mísera
vida u obligarte a cargar con su frío cuerpo.
Asch dejó escapar un gruñido. Ambos
se mantuvieron quietos durante unos segundos, analizándose con la mirada. El
humano sentía un profundo dolor en el pecho, oír aquellas palabras de la boca
de su hermano le producía una enorme angustia. Cerró los ojos durante unos
segundos, su mente recordó cada momento vivido a su lado, cada experiencia
compartida, pero pronto dejó aquellos sentimientos de lado, no podía permitirse
titubear en una situación como aquella. Alzó la mirada hacia él, cargada de
odio, un odio no dirigido hacia Drank, sino hacia en lo que le habían convertido.
Apretó la mano de la empuñadura y se lanzó contra él, blandiendo su espada
contra el enemigo.
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