Dos años después.
Los pasos resonaban en todo aquel
desierto pasillo como si una legión de soldados estuviera dentro del castillo.
La luna se alzaba en el cielo, resplandeciendo y brindando una fría luz a todo
el reino. Hacía buena temperatura en el exterior, pues se acercaba el verano, a
pesar de que un molesto viento se había levantado desde el anochecer y había
arremetido contra la piedra del castillo.
Se oyó un grito.
De nuevo comenzaron los pasos
nerviosos, recorriendo el pasillo mientas el silbido del aire trataba de
amortiguar aquel sonido. Aquella persona estaba alterada, movía las manos
continuamente y murmuraba cosas inteligibles por lo bajo, como hablando un
idioma extraño para sí misma. Cinco segundos más tarde, se volvió a quedar
parada frente a las puertas dobles de madera que estaban flanqueadas por dos
grandes antorchas de piedra. El nerviosismo le hacía sudar más que el calor que
desprendía el propio fuego.
Un segundo alarido de dolor llegó
hasta sus oídos.
Se llevó las manos a la cabeza y
cambió su habitual ruta por varias vueltas en círculos. Sus manos agarraron sus
largos cabellos hasta el punto de que creía que se los iba a arrancar. Sentía
que el corazón se le iba a salir del pecho y que el pitido de sus oídos le
llevaría a la tumba cuanto más tiempo tuviera que esperar. Como si fuera un
milagro, decidió sentarse en un banco de madera y puso la cabeza entre las
piernas para evitar que el mareo le revolviera el estómago, aunque no había
nada en él que revolver. Con respiraciones pausadas, poco a poco conseguía
calmarse.
Cuando por fin pudo relajarse y
habiéndose echado hacia atrás en el banco para apoyar la nuca contra la fría
pared, una de las puertas de abrió con un crujido.
-¿Señor? –Preguntó una voz
femenina. Antes de que la doncella diera dos pasos en el pasillo, el muchacho
ya se había plantado frente a ella. Sus ojos, desorbitados, estaban
impacientes. La mujer le miró con una tierna sonrisa en los labios y dio un
paso al lado.- Podéis pasar.
Le respondió con un asentamiento
y se dirigió con decisión al interior de la estancia. Su mirada se posó
directamente en la mujer echada en la cama, vestida con un camisón blanco,
cubierta de sábanas y mantas limpias, que habían sido cambiadas recientemente.
Su cabello rosado reposaba sobre los almohadones en donde estaba apoyada. Su
dulce rostro, aunque bañado de sudor, seguía pareciendo de porcelana. En sus
brazos había un bulto de mantas, pequeño y quieto, que mecía de un lado a otro
mientras le dirigía miradas llenas de amor y palabras de cariño. El muchacho
dio un par de pasos en dirección a la cama cuando captó su atención.
-Asch… -Suspiró ella y le sonrió.
Aquel gesto fue el que hizo que el rey avanzara rápidamente hacia ella. Se
sentó a su vera y le depositó un suave beso en la frente. Rodeándola con un
brazo, bajó la vista a la pequeña criatura que portaba la reina.
Se trataba de un bebé, rosado, de
rostro tranquilo y cabello azulado oscuro, sus pequeñas manitas se movían de un
lado a otro y atraparon el dedo de su progenitor cuando éste quiso tocarle.
Sintió la fuerza con la que le apretaba y no pudo evitar soltar una leve
carcajada.
-Lyon Balthier Von Dovirian
–Murmuró, apoyando la cabeza contra la de su esposa.
El primer heredero de Katarven había nacido
Felicidades, hoy por fin tuve tiempo de ponerme al día y sinceramente se nota tu talento. Yo no lo hubiese hecho mejor, conseguiste reunir todas las ideas que tuvimos y lo dejaste por encima de mis expectativas. Si hay algo de lo que nunca cambiaré de opinión es sobre tu don de la escritura. Mis más sinceros halagos y perdón por no seguirla como a mi me gustaría, a ver si sacas más allá o si esta llega a ser mucho más leída por que has conseguido que merezca ser leída.
ResponderEliminar