La luz del atardecer iluminaba los reinos, corría una suave brisa que mecía las copas de los árboles y se llevaba consigo las caídas hojas. El cielo estaba despejado, las nubes se habían retirado y dejaban ver los colores anaranjados.
Los campos de entrenamiento se iban vaciando poco a poco, las tropas de los distintos reinos se guardaban en el castillo para ser alimentados. Los soldados estaban exhaustos después de horas de entrenamiento bajo la luz del intenso sol y debían descansar para otra sesión intensiva. El príncipe Glaiss, tras la reunión con los generales del ejército y su padre, y de una sesión de entrenamiento privada, salía a descansar a los ya vacíos campos. Ni siquiera quedaba un alma en las herrerías, tan frecuentadas por la mañana. El muchacho caminaba en silencio, vestía una camisa blanca, a medio abrochar, con las mangas remangadas y por fuera de los oscuros pantalones. Tenía el cabello despeinado y ligeramente mojado, pues se había dado un baño en la bañera de cobre de sus aposentos.
Caminó desganado, con la vista fija en la tierra del suelo, hasta apoyarse en la valla de madera que separaba el campo de entrenamiento del campo de tiro, dónde había visto aquella misma mañana a los jóvenes soldados ser instruidos. Sus ojos rubíes estaba fijos en sus ásperas manos, tantas horas con la empuñadura de su espada habían hecho mella en ellas. Soltó un largo suspiro.
-Si sigues con ese ceño fruncido, se te quedará así siempre.
El príncipe pegó un respingo y se giró hacia Sylvie, la chica, vestida con un sencillo atuendo de color crema, se acercaba caminando elegantemente y se apoyaba en la valla junto a él. Llevaba el largo cabello rubio recogido en la nuca, con un par de mechones sueltos sobre el fino rostro. Su sonrisa hacía más dulce su expresión y sus ojos dorados transmitían cariño y ternura. Los labios del príncipe también se torcieron en una sonrisa.
-Creía que habías vuelto a Husmacia.
-No soy una prisionera, la reina Anri me ha permitido viajar. –Clavó la mirada en sus ojos, pero el príncipe apartó la vista.- ¿Ocurre algo? –Preguntó, colocando su suave mano sobre la suya.
-Todo esto… es tan difícil. Hemos pasado tantos problemas, la caída de Nindrez a manos de los Xerx, la desaparición de Asch y la posterior guerra; tu hermano, el secuestro de Shenia… Y ahora esto. –Soltó un suspiro y se apartó de ella.
-Glaiss… -Fue detrás de él y le cogió del brazo.- No puedo imaginar al estrés que estás sometido y el dolor que puede causar saber que dentro de poco lucharéis contra vuestros hermanos, pero hay algo que sí sé. –Se puso delante de él, el chico apartó la mirada de ella, pero Sylvie agarró su mentón para hacer que la mirara.- Y.U.R.G.S. siempre ha sido fuerte, siempre se ha mantenido unida. Ten por seguro que todos y cada uno de los problemas que tenéis van a quedar en el pasado. Los tiempos de paz vendrán tras la tormenta. –Sylvie mantenía su característica sonrisa y Glaiss imitó su gesto.- No soy una adivina, ni un oráculo, pero confía en mis palabras.
Ambos se quedaron en silencio, sus miradas se encontraban y se escapaban pequeñas sonrisas. Los ojos del muchacho recorrían las dulces facciones de su rostro. Poco a poco fue alzando la mano derecha para enredar en los mechones sueltos de su cabello los dedos. La chica contuvo la respiración durante unos instantes. El elfo volvió a alzar la mirada hacia sus ojos y esbozó una gran sonrisa.
-Hablas sabiamente. –Susurró, dando un paso hacia delante.
-He aprendido mucho de vosotros en mi corta estancia, todos sois fuertes, virtuosos y honorables. –Tragó saliva.- Incluso en el lejano reino del que procedo se han llegado a alabar las hazañas de los herederos de la Alianza.
-Tengo curiosidad. –Enganchó el mechón de pelo tras su oreja.- ¿Qué dicen de mí?
-Hablan de vuestra lealtad a la corona, a la Alianza y a vuestros amigos, de vuestra maestría en combate y vuestro don para dirigir al ejército, y… -Palideció y apartó la mirada, con las mejillas sonrosadas.- de la buena mano que tenéis con las mujeres. –El elfo comenzó a reír.
-Vaya. Creo tienen una visión algo distorsionada de mi persona. –Bajó la mano hasta apoyarla en su hombro, se inclinó hacia ella y comenzó a susurrar en su oído.- No soy ningún rompecorazones. –La chica soltó una pequeña risa y se apartó de él, agarrando sus faldas mientras caminaba de espaldas.
-Oh, eso no es lo que dicen los rumores, mi señor. –Hablaba con un tono burlón, sin perder la sonrisa.- Hablan de doncellas con el corazón partido, añorando los brazos del príncipe elfo. –Glaiss avanzó hacia ella lentamente, sonriendo de manera divertida, mientras negaba con la cabeza y trataba de interrumpirla.- ¡Cuántas lágrimas derramadas al recordar sus besos! Dudo que la fama de rompecorazones os la pusieron sin motivo.
-Es injusto, ¿acaso mi corazón no sufrió después de cada ruptura? No era de mi agrado apartarme de su lado. Yo también sufrí.
-Vuestras palabras no podrá conmoverme, señor, mi corazón es duro. –El elfo volvió a reír, alegre, y se acercó más deprisa.
-Déjame enseñarte que las habladurías son falsas, perjurios. –Sin previo aviso, comenzó a correr.
-¡No! –Exclamó mientras echaba a correr por el camino, hacia los jardines de la parte de atrás del castillo. Los chicos reían alegremente mientras corrían el uno tras el otro, como un par de niños. Sylvie trataba de evitar que Glaiss la alcanzase, pero el muchacho era mucho más rápido que ella. Sintió cómo le agarraba el brazo derecho y tiraba de ella hacia atrás.- ¡Para! ¡Para! –Rio.
-¡Te pillé! –Los brazos del elfo envolvieron la cintura de la muchacha, reteniendo además sus brazos para que no escapara. Se retorcía y pataleaba, tratando de soltarse, pero el chico la sujetaba con firmeza.- ¿Cómo te voy a enseñar mis buenos modales si escapas de mí? –Le giró entre sus brazos para ponerle frente a él.- ¿Os doy miedo? –Sylvie soltó una risa nerviosa, sus manos temblaban y las mejillas se sonrojaban aún más-
-Ningún hombre podrá hacerme temblar de pavor. –Murmuró, apartando la mirada.
-Y sin embargo tembláis. –Su rostro se fue acercando lentamente al suyo. Glaiss se pasó la lengua por los agrietados labios para humedecerlos en cuánto sintió el aliento de Sylvie sobre ellos. La chica cerró los ojos con fuerza y el muchacho se quedó quieto.- ¿Estás…?
-Suéltame, por favor. –Susurró y el chico aflojó la presión de las manos hasta que, de un movimiento, se soltó. Abrió los ojos para lanzarle una cohibida mirada.- Perdóname, no debí.
-Sylvie. –Palideció. Dio un paso hacia atrás e irguió la espalda.- Siento haberte incomodado, la culpa es enteramente mía. Perdóname. –Se pasó una mano por la nuca.- He de irme. –Hizo una reverencia y se dio la vuelta.
-Glaiss. –Exclamó. El elfo se quedó quieto, dándole la espalda- ¿Es cierto? ¿Todo lo que dicen?
Guardó silencio. Sí era cierto que había tenido más aventuras de las que el mundo pensaba, sólo Asch sabía todo sobre eso. No se sentía orgulloso. No hacía mucho que había dado la espalda al amor que le brindaba la doncella Nicolette y sentía una ola de vergüenza cada vez que observaba el desprecio y la decepción en sus ojos. Agachó la cabeza y se acarició la nuca. Siempre había querido cambiar, encontrar a la persona adecuada para formar una familia, pero le resultaba difícil comprometerse. El muchacho se giró, soltando el aire contenido lentamente. Clavó sus rubíes ojos en los dorados de la princesa. Sólo había sinceridad y arrepentimiento. Sylvie sintió un escalofrío.
-El pasado nos atormenta, da igual cuántos años pasen, siempre estará ahí para recordar nuestros errores. –Se volvió y siguió su camino hacia el interior del castillo, dejando sola a la princesa.
El elfo recorrió los pasillos corriendo, apartando a los sirvientes y guardias que los recorrían. Subió por las escaleras de piedra y entró, furioso, a sus aposentos, cerrando con fuerza las puertas tras él. La estancia era amplia y espaciosa, poseía una gran cama perfectamente hecha, varios armarios para la ropa y las armaduras; y una estantería llena de libros, alguno de ellos descansaba sobre la mesilla de noche. Las puertas del balcón estaban abiertas y las cortinas se mecían con la brisa. Caminó por la habitación, con las manos en la cabeza, mientras respiraba profundamente para controlar los nervios. Se sentó en la cama y dejó caer los brazos, se echó hacia atrás y cerró los ojos.
La puerta chirrió al ser abierta poco a poco. El príncipe frunció el ceño y se tapó la cara con las manos, tratando de ocultar su enfado.
-Dejadme solo, ahora. –Dijo secamente, apretando los dientes, evidentemente molesto.
-¿De verdad sigues pensando que obedeceré órdenes? –Glaiss giró el rostro sólo para observar como Asch pasaba al interior de la habitación y cerraba la puerta. Su sonrisa era despreocupada, parecía que el estrés nunca podría nublarle el rostro- He visto la escenita que has tenido con la rubia, ¿te ha rechazado? –Preguntó. El elfo volvió a taparse el rostro. Asch soltó una risotada- ¡Oh! Increíble. Siempre hay una primera vez para todo amigo, pero no tienes por qué deprimirte, ya habrá otras mujeres que caigan rendidas a tus pies.
-¡No! –Exclamó de repente el elfo. Se levantó de la cama y se giró hacia su amigo- ¡No quiero más mujeres! Basta de aventuras, de escapadas, de rupturas. Soy despreciable –masculló.
-Venga, hombre, has vivido la vida. No es nada malo, créeme.
-Y me lo dice el que se desvive por una sola mujer. ¿Acaso te gustaría haber tenido las mismas experiencias que yo?
-Sí, si Shenia no hubiera aparecido en mi vida, claro.
-Venga, hombre, si la detestabas al principio. –Replicó su amigo, saliendo al balcón para que el fresco aire le enfriase la cabeza.
-Era un niño, ¿qué esperabas? –Se acercó y le pasó el brazo por los hombros. Aún sonreía.- Pero tampoco puedes torturarte por lo que has hecho, el pasado, pasado está. Esa mujer sabe la reputación que tienes, ¿verdad? Pero también ha conocido tu amabilidad, tu lealtad, tu valor. Sólo tiene que ver que has dejado esa faceta tuya atrás. -Retiró el brazo, le pegó un golpe en el hombro y se apoyó en la barandilla. Glaiss esbozó una sonrisa y asintió.
Ambos miraron al horizonte. A ninguno le hacía falta preguntar qué pensaba el otro. Era obvio que tenían la mente sumergida en la inminente batalla. Los dos estaban preocupados por su pueblo, por sus amigos… Asch, además, tenía en mente la conversación con Kylai en la taberna, no estaba del todo seguro que pudiera reunir fuerzas suficientes para ir a la batalla, pero confiaba en ella.
El cielo comenzó a nublarse, anunciando tormenta, la luz del sol trataba de abrirse paso entre ellas para iluminar la tierra. A pesar del mal tiempo y del fresco aire que corría, ni una gota cayó del cielo.
En el reino de Husmacia, los cansados soldados se retiraban ya del campo de entrenamiento y se dirigían a descansar. El instructor guniveriano ya se había retirado con su compañero a los aposentos que les habían asignado, al igual que los arqueros maestros llegados de Sonrengar. Los cocineros se apresuraban a servir las comidas en las grandes mesas para alimentar a todo el castillo.
Shenia, sin embargo, no había aparecido en la cena, estaba encerrada en su cuarto, mentalizándose para lo que se avecinaba. Le habían llenado la gran bañera de su baño privado con agua caliente, pétalos de rosa y sales. El agua le llegaba hasta los hombros, tenía la cabeza echada hacia atrás, con el cabello colgando por fuera de la bañera. Mantenía los ojos cerrados y trataba de relajarse.
-¿Nicolette? –Preguntó la muchacha.
-¿Si? –La doncella se encontraba en el baño, colocando los estantes. Había dejado telas para envolver a la princesa cuando finalizase su baño. La chica vestía un simple vestido, color cielo, con un largo delantal y las magas remangadas hasta los codos para poder trabajar sin estorbos.
-¿Estás bien? Estos días has estado desaparecida, no hemos podido hablar demasiado.
-Bueno, mi mejor amiga se ha ido de Husmacia sin despedirse y… el príncipe Glaiss ha perdido interés en mí. Digamos que no he estado de buen humor estos días. –Shenia abrió los ojos y los alzó hacia ella. Ésta chascó la lengua.- No me importa, yo sabía que no iba a funcionar, que no tendría la misma suerte que ha tenido Aleshia. –Se giró y se mordió el labio.- O sea, suerte… no. Bueno, sabes a lo que me refiero. Drank realmente la quería, Glaiss sólo jugó con mis sentimientos.
-Nic. –Interrumpió Shenia.- Sabías perfectamente cómo era, ya te lo he contado mil veces. Le quiero mucho, es cómo mi hermano, pero no apruebo su forma de tratar a las mujeres, de jugar con ellas. –Soltó un suspiro y le sonrió.- No te preocupes, ya encontrarás a otro hombre que sepa apreciarte y te dé una buena vida.
La chica se levantó de la bañera, dejando que el agua resbalase por su cuerpo. La doncella le tendió una de las telas y la princesa se cubrió con ella. Con su ayuda, salió de la bañera, anduvo descalza para salir de la habitación y se quedó parada en el umbral, observando a su madre sentada en la cama. Había dejado una preciosa y reluciente armadura sobre ella, además de la cota de malla.
-Tu padre odiaba la idea de que quisieras ir a la guerra, no soportaba pensar que algún día podrían herirte o matarte. –Su voz sonó nostálgica. Tragó saliva y acarició las filigranas que habían sido dibujadas en el pecho de la armadura.- Pero siempre has querido demostrar tu valía, estar a la altura de los demás, hacer ver que eres una guerrera. –Alzó el rostro para mirar a su niña y esbozó una sonrisa.- Por eso ordenó fundir esta armadura, para que si algún día fueras a la guerra, portaras una armadura digna de ti. –Las palabras se le atragantaron. Dejó la armadura sobre la cama, junto al resto de componentes.
-Madre.
-Tranquila, cielo, aún no ha pasado tiempo suficiente para que al recordar a tu padre no se me encoja el corazón. –Anri se acercó a la princesa y le puso la mano en la mejilla, con un gesto lleno de cariño.- Eres su viva imagen, algún día reinarás tan bien como él.
La viuda besó con delicadeza la frente de su querida hija y le dejó sola para que pudiera vestirse. Salió de los aposentos cerrando las grandes puertas tras ella y caminó por los pasillos en absoluto silencio. Su cabeza seguía dando vueltas a los diversos temas que le acosaban. Desde que las desgracias cayeron sobre la Alianza, el estrés había acompañado a la soberana durante los días y las noches, provocando en ella una ansiedad que su hija ignoraba. La muerte de su querido esposo había desencadenado una serie de depresiones que fueron agravadas por el secuestro de su hija. Los disgustos eran parte de su vida. Sin embargo, cuándo todo hubiera pasado y la paz volviera a iluminar a las gentes de Y.U.R.G.S., la reina Anri celebraría los funerales de todos aquellos que murieron y no fueron honrados como es debido. Así pondría fin a una dura etapa.
Llegó, entonces, al patio empedrado interior en el cual había una pequeña fuente en su centro y una serie de bancos tallados en piedra a su alrededor. Tomó asiento en uno de ellos, observando con sus preciosos ojos las ondas que dibujaba el agua. La luna comenzaba a alzarse en la bóveda celestial, su color blanco iluminó los campos, los castillos y produjo un hermoso efecto en el rostro de la reina. Su pálido color fue un alivio para su corazón, pues esperaba que aquella maldición que sufrían sus hermanos no llegara a realizarse. Sus dedos acariciaron la piedra, notando la rugosidad de ésta en su piel.
-Mi reina. –Dijo un hombre anciano de pelo canoso, ojos cansados y rostro arrugado, vestido con largos ropajes de color oscuro. A pesar de la firmeza con la que agarraba la vara que le ayudaba a caminar, su rostro era amble y su voz transmitía un tono cariñoso.- Deberíais descansar, no es bueno para vuestra salud estar fuera a estas horas. Si necesitáis conciliar el sueño puedo prepararos un brebaje en seguida.
-No, gracias Maximus, estaré bien. –Anri se levantó y se dirigió al anciano con una tierna sonrisa.- No necesito vuestros servicios esta noche, podré dormir sin problema. Retírate, vos también debéis descansar. –El rostro afable de la reina intentaba convencer al anciano de que esa noche no necesitaría ayuda, pero sus ojos eran la puerta de su alma y no podían mentir. El hombre se acercó a ella y le cogió la mano entre las suyas.
-Mi señora, os conozco desde el día de vuestro nacimiento, os he visto crecer y madurar, rechazar a cuántos pretendientes se os declaraban y enamoraros de un simple caballero de corazón humilde. He estado con vos en las penas y en las alegrías, os acompañé en vuestra boda y durante vuestro embarazo, y cuidé de la princesa Shenia tanto como cuidé de vos en su tiempo. –Acarició la palma de su mano con delicadeza.- Soy al último hombre que podéis mentir, señora, sois como mi propia hija. Sé lo que atormenta vuestra cabeza, ahora decidme… ¿qué os atormenta el corazón?
Los dulces ojos de la reina se humedecieron y las lágrimas silenciosas recorrieron sus enrojecidas mejillas. Era cierto que una espina se había clavado en su corazón y que ésta no saldría tan fácilmente. Maximus esperó pacientemente a que la reina pudiera hablar sin problema, mientras, acariciaba su mano para calmarla.
-Mi cabeza sabe que Jarven no volverá, que se ha ido, pero mi corazón no está dispuesto a aceptarlo. Se niega a pasar página. –Respiró hondo y apretó su mano, tratando de contener el llanto.- ¡Oh, Maximus! Debí ser yo quién muriese aquel día, ¿por qué los dioses decidieron llevarle a él?
-Mi niña… -Susurró el anciano.- Vuestro esposo os amaba más que a nada en este mundo, si no hubiera podido salvaros, su vida se habría convertido en una desgracia. Ya nada tendría sentido para él, el latir de su corazón iba en armonía con el vuestro. Ambos eráis uno. Él os salvó porque el dolor que sintió al ser asesinado no podría compararse con el que podría haber sufrido si vos, o su hija, hubierais recibido daño alguno. –Esbozó una sonrisa y limpió las lágrimas de la reina con el pulgar.- El amor que el difunto Jarven os profesaba nunca antes lo había visto, no hasta… que conocí a Asch. –Se encogió de hombros.- Ese chico está completamente loco, pero el amor y la veneración que siente por vuestra hija es increíble. La capacidad de amar que posee es extraordinaria y el hecho de que la princesa logre corresponderle de la misma manera me deja boquiabierto. –Dejó caer la mano de la reina y se apoyó en su bastón, aun sonriendo.- Sólo deseo que su vida juntos no se llene de los infortunios que vos habéis sufrido, mi señora, y de ser así, espero que Shenia sea tan fuerte como para soportar su pérdida. Morir por amor es la muerte más bella, morir por pena… la más trágica.
Con aquellas palabras, el anciano tomó el pasillo para dirigirse a sus aposentos, dejando a la reina sola y pensativa.
La luna iluminaba el interior de la estancia. Una habitación pequeña, con una ventana estrecha junto a un gran escritorio de caoba. Sobre éste había muchos pergaminos, los botes de tinta se amontonaban en una esquina y las plumas usadas estaban esparcidas por la mesa, manchando pergaminos en blanco. Las manos del príncipe Drank doblaban con maestría un pequeño trozo descolorido.
-¿Lo has entendido? –Preguntó con la voz ronca. Tensó la mandíbula y cerró los ojos con fuerza. Tras coger aire, se incorporó y tendió el papel a una mujer alta, de tez oscura con el cabello largo y recogido en una trenza. Vestía una resplandeciente armadura.
-Mi señor…
-¡Silencio! –Exclamó, haciendo que la mujer se sobresaltara.- Entrega esta carta a Amadeus Sniff, en el poblado Melora y no vuelvas al reino –Su voz temblaba. Se pasó la lengua por los labios.- ¿Están a salvo? ¿Todos? –La mujer asintió.- ¿Y la llave?
-Guardada.
-Perfecto… -Suspiró y agachó la cabeza.- Vete, Camila, ve con los dioses.
La mujer se quedó quieta durante unos segundos observando como su príncipe, abatido por el cansancio y la pesada carga que portaba sobre sus hombros, le ordenaba que se alejara de su hogar y no volviera. Drank había ahorrado fuerzas para obtener un momento de lucidez antes de que aquella oscuridad le consumiese del todo. Camila salió corriendo de la estancia, recorrió los pasillos con paso firme y escapó del castillo subida a su montura antes de que las puertas fueran cerradas de nuevo.
Drank paseó por la habitación hasta quedarse mirando el cielo nocturno a través de su ventana. Sus ojos enfermos observaron la luna. A pesar de su fuerza, resistencia y robusta complexión, se sentía más frágil que nunca. La luz que emitía acentuaba sus demacradas facciones y su respiración era totalmente irregular. Su corazón latía despacio, esperando el momento en que la Luna de Sangre se alzara en el cielo. Tenía miedo, miedo por lo que quedaba de su pueblo y por sus amigos, miedo de que unas fuerzas desconocidas para él se apoderaran de su cuerpo y le hicieran cometer horribles actos. Cerró los ojos y dejó escapar un suspiro.
Rezó. Rezó para salvar el alma de aquellos a los que estaba arrastrando, rezó para proteger a su pueblo, rezó para que la guerra acabara lo antes posible, rezó… por sus hermanos.
¡Hola! Te he nominado al Liebster Award en mi blog, aquí puedes ver más información: http://escribiendodestinos.blogspot.com.es/2015/08/liebster-award.html ojalá que te animes. Un beso.
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