Rebecca Jawahal - Districto 10 |
No sé si mi nombre será conocido o no, pero nunca viene mal presentarse. Soy Rebecca Jawahal y vivo en el Distrito Diez, encargado de suministrar carne al Capitolio. Junto con el Once y el Doce, forman los Distritos Bajos más pobres de todo Panem.
Toda la localidad tiene un aire sombrío y siniestro, debido a la cantidad de mataderos que hay para todo el ganado del Distrito, aunque también hay pastos y campos para los animales que animan ligeramente la vista.
En el centro se encuentra la plaza con el Ayuntamiento presidiéndola, alrededor de esta se construyeron las casas de las personas más poderosas, como el Alcalde o el médico. Cuanto más nos alejamos del centro, las calles se vuelven estrechas y están rodeadas de casas pequeñas y austeras. Ya en la periferia, las moradas se vuelven más grandes pero su construcción es insegura, convirtiéndolas en las más pobres de todo el Distrito. En estos lugares se encontraban las granjas, los pastos y los mataderos, también los almacenes, todo protegido y vigilado por Agentes de la Paz durante el día y la noche. Allí se encuentra la Villa de los Vencedores, con casas lujosas dentro de una urbanización vallada y cerrada.
Mi casa está en la periferia, contruída cerca de la granja que mi abuelo gestionaba y que mi padre, Tuomas Jawahal, heredó.
Al principio, la granja iba viento en popa, la vida para mi familia era decente y más cuando mi padre se casó con mi madre, Dafne, que era tejedora.
Pero después ocurrió el hecho que cambió mi vida y con el que se inició mi verdadera historia.
Todo comenzó cuando tenía la tierna edad de siete años, mi madre se había quedado embarazada del que predijeron que sería mi hermano Dorian.
Los nueve meses de gestación pasaron rápido y sin problema alguno hasta el momento del parto.
Aquel fatídico día me marcará y perseguirá hasta la muerte.
"La casa era pequeña, con una cocina que conectaba con el salón, formando la estancia más grande y caliente de la casa, había una despensa a parte y una puerta que daba al patio trasero, donde había un jardín y un gran árbol. Una escalera estrecha conducía al segundo piso, este se constituía de tres habitaciones y un baño. Una de ellas, la más grande, estaba cerrada y tras la puerta se oían gritos y órdenes de una voz femenina.
-¡Respira! ¡Vamos, respira!
Era la voz de la médico del Distrito que ayudaba a su madre durante el parto, el cual se había complicado pues el bebé venía de nalgas.
Tuomas esperaba ansioso, pues siempre había deseado tener un niño, en el sillón en la planta baja, sentado junto a una niña enfundada en un vestido blanco de lana. Ambos permanecían en silencio pues los gritos desgarradores procedentes del piso de arriba acallaban todas las voces.
Tras varias horas de parto, la casa se quedó en completo silencio dejando oir la fuerte lluvia del exterior. Arriba, una puerta se abrió y volvió a cerrarse. Los pasos, seguros pero lentos, bajaban por las escaleras. Una mujer de mediana edad, con el pelo rubio recogido en un moño, un rostro lleno de pecas y con los ojos verdes, transportaba algo envuelto en una sábana blanca, manchada levemente de sangre. Nada más verla, Tuomas se levantó y se acercó con el rostro desencajado para recoger aquel pequeño bulto. El hombre se sentó en el sofá y lo apretó contra su pecho mientras besaba la menuda cabeza del niño. Éste estaba inmóvil y no lloraba, su pequeño cuerpo estaba morado y cubierto de sangre. La única oportunidad del hombre de tener un varón había desaparecido, y ahora, sollozaba sobre su heredero en silencio. La niña, un tanto ajena a lo que le ocurría a su padre, subió corriendo las escaleras, esquivando a la mujer que trataba de impedirselo. Al llegar a la habitación, abrió la puerta y sus ojos, de un color grisáceo muy claro, se fijaron en su madre tendida en la cama con los ojos cerrados. La niña se acercó y la movió un poco, pero ella no reaccionó.
-¡Mamá! Despierta, vamos -Dijo sonriente- Venga mami, por favor, despierta. -Esperó unos segundos para volver a moverla- ¡Mamá! ¡Despierta! -La pequeña cogió la mano de su madre y tiró de ella, pero no se movía. Su cuerpo estaba inerte, su pecho no subía y bajaba como símbolo de que respiraba, además, las sábanas estaban empapadas de sangre y sudor.- ¿Mamá? Mamá venga no tiene gracia... Despierta.-La niña movió de nuevo el cuerpo de su madre pero ésta no reaccionaba. Los ojos de la pequeña se pusieron llorosos, las lágrimas recorrían sus rosadas mejillas hasta caer por su barbilla. Apretó con fuerza la mano fría de su madre.- ¡Mamá! ¡MAMÁ! -Chilló con fuerza sin dejar de moverla. La médico entró corriendo y la cogió en brazos, pero Rebecca no soltaba la mano inerte de su madre. Pataleó para soltarse mientras chillaba hasta quedarse afónica.- ¡MAMÁ! ¡NO! ¡DESPIERTA! ¡MAMÁ! -Su menuda mano resvaló de la de su madre y la médico se la llevó de allí mientras se revolvía y pataleaba en sus brazos. Bajaron al salón donde se encontraba su padre, ignorando el dolor de su niña, abrazado al bulto inerte de su difunto hijo. Éste mantenía los ojos cerrados. La médico abrazaba a Rebecca para tranquilizarla pero ella estaba demasiado nerviosa.
Al final pudo soltarse y salir corriendo, abriendo la puerta principal de la casa, y escapar al exterior bajo la fuerte lluvia. Su padre no trató de impedírselo y la médico no era tan rápida como para alcanzarla. Tuomas la ignoró mientras la mujer le exigía que fuese tras su hija, pero él se limitó a subir al piso de arriba, entrar en el cuarto de su esposa y encerrarse por dentro.
Pasaron cinco días hasta que encontraron a Rebecca, estaba sucia, herida, hambrienta y fatigada, parecía que se había recorrido el Distrito corriendo varias veces. Estaba hecha un ovillo en el suelo embarrado cerca de un matadero, entre arbustos. Los dos hombres se la llevaron directamente a casa de la médico. Ésta la recibió y cuidó con cariño hasta que la fiebre desapareció del todo y se sintiese con fuerzas de volver a casa, aunque a la mujer le preocupaba que Rebecca, que no había hablado desde la muerte de su madre, no lo hiciese nunca más.
El día del funeral llegó, todos los amigos cercanos a la familia se reunieron en el cementerio que el alcalde levantó hace pocos años. Todos los allí presentes se pusieron alrededor de dos austeras lápidas en las que simplemente estaba tallado el nombre: Dafne y Dorian Jawahal. Cuando todos aportaron su flor, se fueron. Allí, sólo se quedaron Tuomas y su hija, en absoluto silencio. Cuando regresaron a casa, su padre se fue a su habitación sin cruzar una palabra con su hija, quién, como un alma en pena, salió al hermoso jardín que su madre tanto había mimado, y se sentó en el porche de madera hasta que la noche lo oscureció todo."
Han pasado nueve años desde que ocurrió pero aún tengo pesadillas que no me dejan dormir. La relación con mi padre no ha mejorado, supe desde aquel día que nada volvería a ser igual. Apenas cruzamos palabra, apenas nos tenemos aprecio, apenas... Parece mi única familia.
Sacudí la cabeza para apartar aquellos pensamientos, no quería desconcentrarme mientras trabajaba.
Hace un año que me habían aceptado en uno de los mataderos, a pesar de ser menor y que no tengo derecho a trabajar todavía, el dueño me ayudó y me concedió un "salario" para, al menos, tener comida algunos días, ya que mi padre tiende a beber más que comer.
Clavé el cuchillo en la piel de la vaca y comencé a cortar, levantando la piel para separarla del músculo. Al principio, aquello me hacia vomitar pero ya apenas me inmuto. Despellejé la pieza entera, até las patas delanteras con una cuerda y, tirando de esta, lo transporté hacia la sección de despiece donde Dan, un hombre muy grande, con el pelo canoso y un rostro amable, se encargaría de ella. Cogió la pieza y la colocó en su mesa. Sus ojos azules me miraron fijamente.
-Vete a casa. -Me dijo.
-Estoy bien, puedo seguir.-Antes de que volviese a mi puesto, me cogió por los hombros de una forma cariñosa.
-Has trabajado mucho y muy bien, ve a casa. -Me dio un leve empujón hacia la puerta trasera.- Tu paga está ahí.
-Está bien, gracias Dan. -Cogí la bolsa y me la eché al hombro.- Nos vemos mañana. -Abrí la puerta y observé que no hubiera nadie cerca, me despedí de Dan con la mano y salí.
Me encaminé por el sendero de detrás del matadero y la granja contigua para salir a una callejuela. Metí las manos en los bolsillos y salí a una de las calles principales en dirección a mi casa. Aquellos días había más Agentes de la Paz pues tocaba recoger suministros para el Capitolio, debían hacer inventario de todo para saber que estaba en regla, así que debía de tener más cuidado.
Llegué a casa, abrí la puerta y pasé al interior. Todo estaba como lo dejé, sucio y desordenado. Puse la bolsa encima de la mesa de la cocina y comencé a recoger, guardar y limpiar todo lo que había.
-¿Qué es esto? -Me giré sobresaltada al oír a mi padre. Él tenía la bolsa entre las manos mugrosas.
-Nada. -Dije rápidamente. Tenía las mejillas coloradas así que debió de haber bebido, como siempre.
Abrió la bolsa y esparció el contenido por la mesa. Una hogaza de pan, chorizo y un trozo de queso. En silencio, pude observar como su rostro iba enrojeciendo cada vez más, alzó los furiosos ojos hacia mí y me agarró del brazo con brusquedad.
-Me mato a trabajar, ¿y pretendías ocultarme la comida? -Preguntó iracundo.
-¡No! -Exclamé asustada mientras me intentaba soltar de la fuerte presión de su mano sobre mi brazo.
-¿No? ¡Mentirosa! -Creció la presión, lo que hizo que soltase un quejido.- Eres una puñetera cría desagradecida, no me gusta tu actitud y te haré cambiar, aunque sea por las malas. -En contra de mi voluntad, me arrastró y subimos por las escaleras, nos dirigimos a mi habitación.
-¡Me haces daño! -Me quejé mientras él tiraba de mí sin aflojar su mano en mi brazo, abrió la puerta y, literalmente, me tiró dentro.
-Si oigo que esta puerta se abre, será mucho peor que quedarte sin comer hoy.-Y cerró la puerta de un portazo.
Me levanté del suelo y me senté en la cama mientras me acariciaba el brazo. Mi cuarto era muy sencillo, una cama pequeña, un armario de madera, un baúl y una mesilla de noche bajo una ventana que daba al jardín trasero en frente de un gran árbol.
Me tumbé y me abracé a la almohada. ¿Por qué siempre me tenía que tratar tan mal? Yo no he hecho nada malo. ¿No se da cuenta de que él rara vez trae comida para los dos? Sé perfectamente que hoy no será el último día que me quede sin comer, si dejase de malgastar lo poco que cobra...Si fuese un padre de verdad no haría esto. Cerré lentamente los ojos hasta quedarme dormida.
Estaba oscureciendo cuando abrí los ojos. Me senté en la cama y me pasé las manos por el cabello, peinando los rizos con los dedos hasta que no había nudos, me levanté de la cama y me acerqué a la puerta cuando recordé lo que mi padre había dicho.
Di vueltas por la habitación pensando en como salir cuando observé por la ventana las ramas tan cercanas del árbol. Retiré el pestillo y la abrí, me agarré al marco y saqué una pierna para apoyarla en la rama y comprobar si aguantaría mi peso, aunque como era muy delgada no habría problema. Salí y caminé rápidamente hasta agarrarme al tronco, poco a poco, comencé a bajar hasta saltar al suelo. Empecé a correr a través de unos matorrales para alejarme lo más posible de la casa.
Caminé por un largo camino de tierra, hasta una finca que nunca había visto, salté la valla de madera y corrí para cruzarla y llegar al final del Distrito, sin embargo, un ruido interrumpió mi carrera. Me paré en medio de los pastos y traté de escuchar. Eran mugidos de lo que parecía ser un ternero, desesperado. Seguí los ruidos hasta unas grandes zarzas, aparté unas pocas ramas espinosas para ver al pequeño ternero de color blanco atrapado entre ellas porque la cuerda que tenía al cuello a modo de collar se había enredado. Solté un suspiro y comencé a avanzar hacia él, tratando de no engancharme o herirme.
-Tranquilo bonito, voy hacia ti, no te muevas. -Dije tranquilizadoramente.
Las zarzas me rasgaban la piel de los brazos y el rostro, se enganchaban en mi camiseta y mi pelo. Me agaché un poco y estiré el brazo hasta agarrar la cuerda mientras el animal se revolvía. Me acerqué a él y lo acaricié para tranquilizarlo hasta que se calmó del todo.
Traté de desenganchar la cuerda, clavándome las espinas en los dedos. Solté varias maldiciones mientras quitaba la cuerda y agarraba al animal para que no saliera corriendo y se volviera a enredar.
Me levanté sujetando al ternero de la cuerda de su cuello y caminé de espaldas lentamente para sacarlo. El animal se revolvía y tiraba pero no cedí, ni siquiera cuando sentía las zarzas clavándose en mis brazos.
Tiré con fuerza cuando el ternero se resistía a caminar, de repente, dio un brinco y salió corriendo, tirándome al suelo.
-¡Eh! -Oí decir. Parpadeé varias veces y me fui incorporando mientras me frotaba la nuca.- ¿Estás bien? -Me giré hacia la voz.
Era un chico muy alto, con el pelo corto y muy moreno, ojos marrones oscuros casi negros y profundos. Un rostro duro pero joven, hombros anchos y brazos fuertes. Agarraba la cuerda del ternero mientras se acercaba a mí, que ya me había levantado.
-Sí, sí, pero ese pequeño tiene fuerza. -Sonreí ligeramente, colocándome el pelo rebelde detrás de la oreja.
-Será todo un semental. -Bromeó bajando la mirada hacia el animal para después clavar sus oscuros ojos en los míos grises. Su ceño se frunció, se acercó y tomó mi brazo, aunque había retrocedido, lo giró y observó el corte.- Vaya... ven a casa a lavarlo.
-No, tranquilo, estaré bien...
-Insisto. -Dijo cortante, sin embargo esbozó una preciosa sonrisa que me hizo acceder.
Caminamos por el campo con el ternero al lado hasta llegar a una granja junto a una pequeña casa. Me pidió que esperase en el porche mientras iba a llevar al animal con su madre. Me apoyé en la barandilla observándolo todo. Una mano se apoyó en mi hombro y solté un agudo grito mientras me giraba de un salto.
Un hombre muy grande, con una barba oscura, se reía con fuerza de la cara de susto que debía de tener.
-¡Tranquila, tranquila! No voy a comerte. -Dijo entre risas mientras agachaba la cabeza, avergonzada.-¿Quién eres? -Preguntó sonriente mientras sujetaba la puerta de su casa.
-Ehm... -Vacilé.
-Ha sacado al ternero, papá. -El chico de antes se puso a mi lado.- Se ha hecho una herida, lo menos que puedo hacer es que no se la infecte. -Miré a otro lado, sonrojada.
-Oh... vale. -Nos dejó paso y me condujo hacia la cocina donde había una mujer de mediana edad trasteando. Levantó la mirada y nos observó sorprendida.
-Hola -Dije tímidamente mientras el chico me sentaba y la enseñaba el corte. Con una media sonrisa, salió de la cocina.
El chico me mojó el brazo y pasó delicadamente un trapo por la herida, acto seguido la frotó.
-Gracias por sacarlo, al pobre le perdimos ayer.
-Le oí y, bueno, parecía que le dolía.
-Pero ahora mira lo que tienes tú. -Alzó los ojos hacia mí y paró de limpiar.- ¿Qué hacías en nuestra finca?
Agaché la cabeza y me metí un mechón de pelo, un tanto avergonzada.
-Ehm, me fui de casa y no sabía que era de vuestra propiedad. -Se encogió de hombros con una sonrisa mientras dejaba el paño, se estiró hacia mí y me tocó la frente,
-Bueno, no pasa nada... tienes un rasguño, ¿lo limpio?
Me aparté algo incómoda, dirigí los ojos hacia la puerta en donde la familia estaba agrupada en el umbral, mirándonos. El padre era el más alto, después la madre y la hija mayor, muy parecidas, después dos gemelas de unos siete años clavadas al chico. Me aparté sobresaltada y les miré a todos.
-No, no, ya has hecho mucho. Gracias. -Y dicho eso, salí rápidamente de allí antes de que el chico pudiese reaccionar. Un momento después, se oían los gritos y risas de las mujeres de la casa, acribillando al muchacho con preguntas como: "¡Quién es! ¡Quién es!".
Corrí por el campo hasta alcanzar la valla, salté y me dirigí por el camino de tierra hacia mi casa. Atravesé los matorrales y, con cuidado, subí por el árbol hasta la rama para entrar por la ventana aún abierta. Pasé a mi habitación y la cerré. Me quité los zapatos y los pantalones, me metí en la cama y cerré los ojos para descansar.
Mi cabeza seguía pensando en aquel amable muchacho, pero pensaba aún más en si familia. Parecía tan unida... tan feliz. Me cubrí la cabeza con las mantas y suspiré. Aquello me hizo pensar en mi madre.
-Ojalá no te hubieras ido... -Susurré justo antes de quedarme dormida.
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