Los bombardeos atómicos sobre Hiroshima y Nagasaki
fueron ataques nucleares contra el Imperio de Japón. Se efectuaron el 6 y el 9
de agosto de 1945, formando parte del fin de la Segunda Guerra Mundial. Al explotar las bombas generaron temperaturas
estimadas de 3900 grados Celsius y vientos de 1005 kilómetros por hora. El
radio total de destrucción fue de mil seiscientos metros y se extendieron
incendios hasta una distancia de tres kilómetros del hipocentro. Aquellos días,
más de doscientas mil personas asistieron a su juicio final. Hoy en día, aún no
ha sido desatada la Tercera Guerra Mundial. Nadie, fuera de las guerras que
ahora se libran en los países por razones ideológicas y políticas, está
preparado para lo que se avecina.
Nada quedaba ya en pie. Aquella onda expansiva, de
vientos huracanados y elevadas temperaturas había pulverizado los edificios más
cercanos y había dejado desnuda la figura de los que más lejos se encontraban.
El mobiliario urbano, los vehículos y muchas de las personas que se encontraban
en el radio de influencia fueron convertidos en polvo. Los gritos se
silenciaron en cuestión de segundos. Hombres, mujeres, niños… Familias enteras
barridas de la faz de la tierra, cuyos allegados llorarían su pérdida durante
años. Seres inocentes afectados. Todo ello provocado por los retorcidos sueños
de un par de científicos.
La energía expulsada del cuerpo de Ellie podía
compararse con aquellas dos bombas atómicas que hace tantos años cayeron sobre
tierras japonesas. Su poder, al igual que su fuerza, crecía cada minuto hasta
ser capaz de hacer desaparecer la vida por completo.
El polvo y algunos escombros les habían cubierto
por completo. Gracias a la rápida aparición de los escudos de Kevin y Jessica,
los cuatro muchachos habían podido salir indemnes. Poco a poco, cada uno fue
saliendo, siempre agazapados y escondidos tras la montaña de polvo y tierra,
restos que la onda arrastró hacia ellos cuando ocasionó un gran cráter. Como si
la misma bomba “Little Boy” hubiera impactado allí mismo. Sus cuerpos estaban debilitados, con heridas,
moratones y quemaduras, llenos de polvo y suciedad. Steve y G-Host fueron los
primeros en salir de aquella pequeña tumba de tierra, ansiosos por respirar
aire fresco. Tras ellos aparecieron Kevin y Jessica, tratando de ponerse en
pie, pero aquel gran gasto de energía les había dejado fuera de juego. El
oráculo agarró a la muchacha y su compañero a Kevin para ayudarlos a salir.
-¿Estáis bien? –Preguntó el chico pelirrojo.
La bruja levantó la cabeza y observó al muchacho
con ojos cansados. Tenía los labios agrietados y la cara manchada. Simplemente asintió y cogió aire.
-Sólo necesito sentarme. –Entre el ilusionista y el
oráculo dejaron sentados a los muchachos mientras su poder, aunque debilitado,
curaría lentamente sus heridas más superficiales. Hasta entonces, debían ser
protegidos. Steve levantó la cabeza y se asomó fuera de su improvisada
barricada para observar a su mujer, sola y quieta, en el centro del gran
cráter.
-G-Host. –Carraspeó- ¿Tienes a mano la cura? –Se
giró hacia su compañero, quién levantó la mano con la que la agarraba. No debía
de haberla soltado en ningún momento.- Tenemos que hacerlo, ahora o nunca.
Un estruendoso trueno acalló las palabras del
muchacho. Todos dirigieron su mirada al cielo, contemplaron entonces cómo las
oscuras nubes se arremolinaban, girando lentamente, formando sobre aquel cráter
el ojo de un huracán. Las gotas de lluvia eran arrastradas por el potente
viento y los rayos arremetían contra la tierra, resonando al cabo de un par de
segundo los truenos. A Ellie, sin embargo, no parecía importarle lo peligroso que
podía ser la situación, pues ella era quién controlaba la tormenta. Su cuerpo
se mantenía rígido, tenía la cabeza echada hacia atrás, con los ojos plateados
y brillantes observando el oscuro cielo.
Levantó las manos y bajó la cabeza para examinarlas
detenidamente. Se habían iluminado. A su alrededor comenzaron a concentrarse pequeñas partículas, pues todo lo que había cerca de ella se desintegraba y ascendía hacia el cielo. Notaba
cómo la energía fluía por su cuerpo, poderosa e invencible. Se sentía grandiosa,
tal y como debía de sentirse Dios al tener en sus manos el destino de los
hombres. Maravillada por aquella sensación, sus labios se torcieron en una
sonrisa de suficiencia. Cerró las manos en un puño y profirió un grito mientras
volvía la cabeza hacia el cielo con los ojos cerrados.
Aquella escena había dejado sin palabras a los
cuatro muchachos, todos observaban a la chica en silencio, con una expresión de
preocupación en el rostro. El poder de Ellie pronto se desataría por completo,
arrasando toda la vida que encontrara a su paso. Su tiempo se acababa.
Steve se giró hacia G-Host, se acercó a él y le
arrebató de la mano la pistola.
-¿¡Qué vas a hacer!? –Gritó el oráculo, sorprendido
por su reacción. Agarró el brazo del muchacho antes de que este se alejara.- Te
matará.
-¡Alguien debe pararla! –Exclamó frunciendo el
ceño. Clavó su heterocroma mirada en los ojos de su amigo.- Esto no habría
pasado si yo te hubiera hecho caso, así que terminaré con esto de una vez por
todas. –G-Host aflojó la presión del brazo- He abusado demasiado tiempo de ti…
-se giró hacia Kevin y Jessica, mirándolos a ambos con arrepentimiento- de
todos. –Tragó saliva- Lo siento.
El mago y la bruja, ya con mejor aspecto, se
incorporaron, dispuestos a parar a su amigo, pero éste comenzó a retroceder. Se
giró y salió corriendo en dirección a su esposa y hacia una muerte casi segura.
-¡Steve! –Gritó la muchacha. La voz le quebró en la
garganta. Las lágrimas se acumularon en sus ojos mientras observaba como el
ilusionista, el único hombre que había amado, corría hacia su fin. Sin poder
evitarlo, corrió tras él, profiriendo desgarradores gritos. Sus piernas,
cansadas ya por el esfuerzo de la pelea, temblaron y le hicieron caer al suelo.
Al tratar de levantarse de nuevo, Kevin la asió por la cintura para impedírselo-
¡¡¡No!!! –Chilló hasta que sintió cómo la garganta le picaba. El mago la
sujetaba con fuerza entre sus brazos, pero la muchacha se movía demasiado.
G-Host era el único que se había quedado atrás, con
los plateados ojos fijos en la espalda de su compañero, que se acercaba
peligrosamente a la zona en la que Ellie comenzaba a desintegrarlo todo. Su
corazón latía con fuerza dentro de su pecho y su respiración se aceleraba. Alzó
la mano hasta rozar con los dedos la parte izquierda de su rostro, acariciando
con suavidad su escarificación. En aquel momento no era necesario ser un
oráculo para saber qué futuro les esperaba a todos. Respiró hondo y cerró los
ojos lentamente.
Los vientos eran más fuertes según se iba acercando
a Ellie, le empujaban hacia atrás y cada
cuatro pasos que daba, retrocedía tres. Tenía la mano alzada, protegiendo sus
ojos de la suciedad y la lluvia que arrastraba el violento aire. Apenas le
separaban unos metros del ojo de la tormenta, en donde Ellie se encontraba,
pero la dificultad para avanzar era un problema cuando apenas tenía tiempo. Recorrió
los metros que le quedaban agazapado, clavando los pies en la tierra para
sujetarse mejor, hasta caer dentro del ojo.
Steve alzó lentamente la cabeza para observar a su
mujer. Aquel rostro sonriente carecía de la dulzura que había caracterizado a
la preciosa sonrisa de Ellie. Agarró la pistola con fuerza y se incorporó. A
pesar de no estar junto a ella, sentía cómo le arañaban la piel. El poder de la
chica comenzaba a hacer estragos en su cuerpo. Éste estaba preparado pero su
mente aún dudaba, aquella chica seguía siendo su mujer, su amada, y él iba a
matarla. Sin embargo, sabía que su destino no sería diferente. Cerró los ojos
durante un segundo para recordar cómo era ella antes de todo esto. Con la
imagen de aquellos ojos marrones en su cabeza, comenzó a andar.
Una mano atrapó el cuello de su camiseta y tiró de
él hacia atrás. Confundido, Steve se giró bruscamente sólo para encontrarse con
la serena mirada del oráculo.
-¿Qué estás haciendo? –Inquirió Steve.
Sin mediar palabra y sin que el muchacho pudiera
hacer nada, G-Host le arrebató el arma de la mano y le empujó hacia la tormenta
con todas sus fuerzas. Cayó contra el suelo y se quedó agazapado hasta que pudo
incorporarse. Alzó la cabeza y abrió la boca. El oráculo estaba comprobando el
arma, echó una última mirada a su antiguo compañero y se dirigió con decisión
hacia Ellie.
-¡¡No!! –Gritó con fuerzas el ilusionista. Trató de
levantarse todo lo rápido que podía, pero el viento era cada vez más fuerte y
apenas podía avanzar. Puso el brazo frente a los ojos para protegerlos del
aire- ¡G-Host! ¡No puedes hacerlo! ¡Esto es asunto mío! –El muchacho se dejaba la
voz con cada grito, pero el oráculo parecía no querer oírlo. Se dirigía con
paso firme hacia Ellie, quién se mantenía aún con los ojos cerrados- ¡¡G-HOST!!
Se detuvo frente a la chica, acariciando el gatillo
de la pistola con el dedo índice. Ellie abrió los ojos lentamente y dirigió su
mirada hacia el muchacho sin perder aquella siniestra sonrisa. Observó cómo su piel comenzaba a desprenderse lentamente, dejando ver el rojizo
músculo. Ladeó la cabeza y enseñó los dientes, evidentemente satisfecha.
-Eres muy valiente… o un estúpido. Pronto habrás
desaparecido, como todos los demás. –Siseó. En sus palabras no había más que
desprecio.
-Lo siento Ellie, pero no dejaré que te salgas con
la tuya, esto ha ido demasiado lejos.
-No puedes detenerme… ¡Nadie puede! –Exclamó. El
poder de la muchacha arremetió contra el oráculo, abrasando la piel del brazo
con el que se cubría. El brillo de sus manos aumentó al igual que el de sus
ojos. Aquel resplandor se fue intensificando y extendiendo por todo el menudo
cuerpo de la chica mientras ella gritaba. Aquella luz que reflejaba cegó por un
momento al muchacho. Se sucedieron los rayos, los truenos; las nubes,
anteriormente negras, habían cogido un tono rojizo.
A pesar de tener el brazo entero en carne viva,
G-Host se incorporó como pudo y avanzó hacia ella. Su piel se desprendía de su
cuerpo, notaba cómo se podía ver los huesos de los nudillos, su escarificación
brillaba, pues trataba de proteger su cuerpo de aquel poder tan destructor.
Decidido, se acercó a ella todo lo que podía, pero Ellie no se lo iba a poner
tan fácil. Dio un paso hacia él y le agarró del cuello. Pronto, su mano comenzó
a arder. Su piel se abrasaba y las quemaduras se extendían por su cuerpo. Las
piernas le temblaban, ya no podían sostener su propio peso. Cayó al suelo, a
merced del devastador poder de la chica. Sus miradas se encontraron, ambas
plateadas. Una de desprecio, otra de miedo. Sólo una vez en su vida había
podido sentir un miedo parecido al que ahora oprimía su corazón. Su pesadilla
se había cumplido, pero él lo había decidido. Había decidido dar su vida por
sus amigos, dar la vida por el mundo. Nunca nadie está preparado para morir,
por muy valiente que sea, todos sienten miedo llegado el momento.
Su escarificación se iluminó tenuemente y sus ojos
se fijaron en los de Ellie. Se quedó absorto, lejos del dolor de las
quemaduras. Comenzaba a consumirse bajo el fuego de la chica. Simplemente cerró
los ojos, esbozó una pequeña sonrisa, alzó el brazo derecho, rozando el cañón
contra el pecho de la chica y apretó el
gatillo.
Notaba su
cuerpo rígido, echado en el suelo. Sus pulmones ya no cogían aire para
respirar, su corazón ya no latía. ¿Para qué? Cuando mueres, las funciones más
básicas de cada ser humano desaparecen, se vuelven prescindibles. Sin embargo,
el cerebro permanece activo durante medio minuto más. Medio minuto antes de que
su vista se nublara por fin. ¿Iban a ser treinta segundos de arrepentimiento? Él
sabía perfectamente que no. Había dado su vida por quienes quería, había hecho
lo correcto. Siempre los había cuidado, había velado por ellos. ¿Por
qué no ahora?
No sentía
rencor. Su odio por Steve había desaparecido en cuanto había oído de sus labios
“lo siento”. Él por fin había asumido toda su culpa y estaba dispuesto a morir
por ello. Tal vez debería haber dejado que lo hiciera, tal y como él había
dicho, era asunto suyo. Pero… ¿y si Ellie vivía? ¿Y si lo primero que vieran
sus ojos fuera el cuerpo del hombre al que ama sin vida? Dudaba mucho que
pudiera vivir con aquella carga. Él no sería capaz de consolarla… Después de
todo lo que ella había pasado, se merecía vivir por fin una vida real, feliz y
completa. No hacía falta ver el futuro para saber que eso no era posible sin
Steve. ¿Y Kevin y Jessica? Ambos pueden hacer su vida, Kevin podría estar el
resto de la suya junto a Angelica y
Jessica encontraría a un hombre que de verdad la correspondiera.
Todos
iban a tener una vida, una vida que él no habría sido capaz de tener. Tantos
años encerrados, viviendo entre el presente y el futuro, a merced de simples
predicciones… No estaba hecho para lo cotidiano, para lo humano. Su existencia
había sido una cárcel, pero ahora se sentía liberado, pleno. Notaba que por fin
iba a ser feliz. Daba gracias a Steve, a Ellie, a Kevin y a Jessica por
acompañarle en aquel largo viaje, pero ahora debía volver al lugar al que
pertenecía. A su hogar.
Cerró los ojos y dejó que su marca se apagara para
siempre.
El cielo comenzaba a despejarse. El viento cesó de
repente y las nubes se retiraron, llevándose consigo la lluvia. Poco a poco, el
Sol de la tarde iluminó las ruinas de la devastada ciudad. En los extrarradios
de la localidad, los supervivientes salían de sus escondites, observando aliviados
que el mundo aún no había terminado. Poco a poco, las gentes se movilizaban
para contemplar lo que quedaba de la ciudad. Cientos de personas, entre ellas
agentes del orden, se acercaban en vehículos o andando hacia la zona cero.
Allí, se quedaron absortos ante la desoladora escena en un sepulcral y respetuoso
silencio.
Cuando los ojos de Steve vieron como G-Host se
desplomaba, dejó de respirar durante unos minutos. No entendía por qué él había
aceptado su destino. Había gritado hasta quedarse sin voz, pues no estaba
dispuesto a aceptar lo que había presenciado. En contra del viento, comenzó a
correr todo lo rápido que podía. Sin embargo, su intento fracasó, pues una onda
expansiva lo devolvió al suelo en cuestión de segundos. Se cubrió la cabeza con
las manos pero no pudo amortiguar los agudos gritos de dolor que traía consigo
el viento. Gritos de una mujer. El aire le impedía levantar la cabeza para
observar cómo Ellie se retorcía de dolor. La cura se había introducido en su
organismo y atacaba rápidamente los genes mutados. Aquel proceso le quemaba por
dentro y su poder, ya desatado, se volvía contra ella por no ser capaz de
controlarlo. Lo que ella sentía era mil veces peor que ser quemado vivo. Notaba
como le abrasaban las manos, cómo la sangre le ardía, pues la cura viajaba por
sus vasos sanguíneos, corroyéndola por dentro como un ácido. Comenzó a
convulsionar. Ni su cuerpo ni su cabeza podían soportar aquella tortura. Fue,
entonces, cuando colapsó.
Una vez que todo había pasado, Steve levantó
lentamente la cabeza, temeroso de lo que pudiera encontrarse. Apoyó una rodilla
en el suelo y se incorporó, con los ojos como platos. Jessica y Kevin llegaron
a su lado y le hablaron, pero había un ensordecedor pitido en sus oídos. Tanto
la bruja como el mago, salvaron la distancia que les separaba del cuerpo de
G-Host, el cual estaba tirado en el suelo, con la escarificación abrasada,
apenas reconocible, y el resto del cuerpo ligeramente desollado, pues en
algunas partes la piel había sido arrancada. A un par de metros de él, se
encontraba el cuerpo de Ellie, quieto y pálido.
El latir de su corazón palpitaba contra su sien con
fuerza, tenía la boca seca y notaba como la bilis le subía por el esófago.
Parecía que su cuerpo estaba clavado en el suelo cual estaca, por lo que tuvo
que obligarse a andar. El llanto de Jessica se alzaba por encima del pitido de
sus oídos. La bruja estaba junto a Kevin, agarrada al cuerpo sin vida del
oráculo, mientras las lágrimas resbalaban por su mejilla y caían sobre éste. El
mago, a pesar de que trataba de guardar la compostura y de consolar a su amiga,
acariciándole la cabeza, apoyaba la frente contra ella y cerraba los ojos, obligándose a no llorar.
Sin embargo, Steve pasó de largo, pues sus ojos
estaban fijos en su mujer.
Cuando llegó a su altura, se dejó caer de rodillas
a su lado y tocó su cuerpo con las manos temblorosas. No había calor en él, ni
signos de vida alguno. Comenzó a temblarle el labio inferior, agarró a la
muchacha por los hombros y la acostó en su regazo. Sus ojos recorrían sus
pálidas facciones. Su rostro, plácido, le recordaba a las largas noches que la
había observado dormir. Parecía tan pequeña y frágil. Sus dedos apartaron con
suavidad el sudoroso cabello que se había pegado a su frente, después,
acariciaron la piel de sus párpados, su nariz y sus carnosos labios. Su
respiración se volvió irregular. Se inclinó sobre ella y le rozó los labios,
dándole así el último beso de despedida. Apoyó la frente en la suya y acarició
su fino cuello con los dedos, mientras las lágrimas caían por sus mejillas,
silenciosas, hasta derramarse sobre el rostro de Ellie.
En aquel momento, Steve sintió cómo el mundo se
había acabado para él. Tenía por delante una vida que no quería vivir. La razón
de su existencia había desaparecido con el monstruo por el bien del mundo, pero
ahora él se sentía incompleto, perdido y solo. Ni Jessica ni Kevin podrían
llenar nunca el vacío que había en su corazón. El chico rezaba por lo bajo,
mientras lloraba silenciosamente, que le llevaran junto a su amada o le dieran
la oportunidad de recuperarla como a tantos héroes griegos les habían
permitido.
Bajo la atenta mirada de los ciudadanos
supervivientes, los tres lloraban sus pérdidas. Nadie se atrevía a hablar, ni a
moverse. Nadie quería interferir en aquella despedida, aunque no pudieran
comprender por qué se lloraba la pérdida del ser que había ocasionado tales
daños. Ellos no podían entenderlo y nunca lo harían.
Mientras Steve abrazaba el cuerpo sin vida de
Ellie, su mente recordaba por todas las cosas que habían pasado y las que
deberían haber venido. Cada imagen feliz junto a ella le provocaba un fuerte
pinchazo en el corazón, como si una daga lo atravesara. Podía ver con claridad
todos y cada uno de los futuros que había imaginado junto a la chica. Toda una
vida planeada, ahora destruida. Sintió otra puñalada. El rostro de su mujer a
su lado cada mañana. El sonido de unos pequeños pasos que entraban a su
habitación o el sollozar de un pequeño, reclamando a alguno de sus padres. Su
corazón se oprimió, dolorido. Le faltaba el aire y las lágrimas le nublaban la
vista. Apretó más el inerte cuerpo de la chica contra él,
tratando de impregnarse de su olor todo lo posible, y entonces lo oyó. Débil y
tenue. “Pum, pum”.
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