Un
día después de la reunión en el poblado Melora y de que todos los reinos fueran
avisados sobre la inminente guerra, los soldados y caballeros comenzaron con
los preparativos al alba. Las prisas, la inquietud y el estrés eran patentes en
cada rostro. Su razón trataba de mentalizarse, nunca habían sido avisados con
tan poco tiempo para preparar una guerra tan importante, sin embargo, aquello
que les encogía el corazón era saber que iban a librar una batalla con sus
hermanos. Los lazos entre todos los reinos habían estado unidos desde hacía
quinientos años, siempre habían luchado juntos y habían permanecido unidos.
Aunque parece ser que nada es eterno.
En
Sonrengar, la cuna de la raza élfica, se había registrado movimiento horas
antes del amanecer. Los herreros ponían a punto las armas de todo el ejército
en sus talleres, con sus fuertes brazos, golpeaban los filos de las espadas con
unos grandes mazos de hierro, provocando un estallido de chispas con cada
golpe. Junto a los talleres, se habían instalado unas carpas dónde se
inspeccionaban los cascos, corazas y el resto de componentes de una armadura
por si hubiera algún desperfecto. Fuera de estos lugares, en los campos de
entrenamientos, los soldados entrenaban los unos contra los otros mientras los
capitanes les supervisaban. Entre ellos se encontraba Glaiss, el príncipe
observaba los entrenamientos de su ejército y corregía alguno de los ejercicios
que realizaban. Sus ojos observaban algunos de los rostros que allí peleaban,
habían reclutado a los futuros soldados para aumentar la capacidad de su
ejército, sin embargo, era contrario a esa decisión pues era exponer al futuro
de Sonrengar a un peligro tan enorme como suponía aquella guerra. Su mano
agarraba con firmeza la empuñadura de su espada mientras caminaba, con el
semblante serio, hacia el campo de tiro. Allí, los arqueros pulían su puntería
con distintos objetivos, tanto estáticos como en movimiento. Los elfos poseían
una vista privilegiada y un pulso firme, por lo que era de esperar que se
hubiera especializado en el tiro con arco.
-Señor.
–La voz de un joven elfo le hizo salir de su ensimismamiento. El heredero giró
el rostro hacia el muchacho y se le quedó mirando. Éste se irguió.- Los
arqueros maestros –aquellos más experimentados y expertos que dirigen los
distintos escuadrones.- han sido enviados a Husmacia y Guniver como mandó,
llegarán pronto.
-Muy
bien. –Dijo el príncipe. Alzó una mano y se echó el cabello hacia atrás. Sus
ojos se volvieron a los tiradores.
-Hemos
recibido un mensaje diciendo que los comandantes guniverianos están de camino.
–Glaiss se mantuvo en silencio.- ¿De verdad son necesarios?
-Los
comandantes del príncipe Asch son expertos espadachines, el propio príncipe los
ha instruido y él ha luchado contra el
príncipe Drank, me parece que la respuesta es obvia. Además –se giró y observó
a los jóvenes elfos siendo instruidos.-, necesitamos a los mejores para
enseñarles lo mejor y antes posible. –El joven apartó los ojos e hizo una
pequeña reverencia.
-Perdone
señor, no quería entrometerme. –Glaiss hizo un ademán con la mano para restarle
importancia.- Los herreros están poniendo a punto el armamento de manera rápida
y efectiva. Mañana estará listo.
-¿Y
los caballos?
-Están
siendo alimentados y preparados ahora mismo, señor, todos están trabajando lo
más rápido posible.
Asintió
complacido e hizo un gesto para que se retirara, el soldado le mostró sus
respetos y le dejó solo. Contempló durante unos minutos a sus nuevos soldados
antes de pasarse la mano por el rostro y masajearse el puente de la nariz.
Estaba exhausto. Habían sido demasiados disgustos en tan poco tiempo. ¿Por qué
todo se había vuelto tan complicado? ¿Dónde quedaron los días en los que en los
reinos reinaba la armonía y la paz? ¿Acaso estaban condenados a sufrir
continuas desgracias?
-Mi
señor. –Interrumpió uno de los guardias del castillo, armado con una pica. El
heredero apartó la mano y alzó la vista hacia el subordinado, el cual evitó
mirar directamente a los cansados ojos del príncipe.- Los generales del
ejército le esperan en los Archivos para preparar la estratagema, están
impacientes.
Glaiss
asintió con la cabeza y susurró “gracias” antes de marcharse con la vista fija
en el suelo. Cruzó el campo de entrenamiento y entró al interior del castillo,
recorrió los largos pasillos, subió por las grandes escaleras de piedra durante
dos pisos y se dirigió directamente a unas grandes puertas dobles de madera de
pino. Respiró hondo antes de abrir la puerta y pasó al interior. La sala era
rectangular y muy larga, a ambos lados se abrían grandes ventanales que dejaban
pasar la luz y entre ellos se exponían las antiguas armaduras que habían
llevado los elfos durante generaciones. En las paredes del pie y del fondo de
la sala se alzaban grandes estanterías, rebosantes de libros, que tenían dos
alturas conectadas con una escalera de caracol de metal y dos pasillos
estrechos que rodeaban la sala sobre las ventanas de las paredes laterales. Del
techo colgaban los estandartes del reino. Había cuatro mesas en las esquinas de
la sala, cuadradas y de un tamaño medio, de la misma madera que la puerta,
sobre las que había algunos mapas antiguos hechos a mano y grandes volúmenes.
Una quinta mesa, rectangular, larga, de madera más oscura y rodeada de sillas,
las cuales ahora habían sido retiradas, en el centro. Alrededor de ésta estaban
posicionados los cinco generales del ejército, dos de ellos pertenecían a los
arqueros maestros. Todos observaban un mapa reciente de los reinos cuando
oyeron entrar al príncipe y levantaron la cabeza. El chico se acercó y éstos se
abrieron para dejarle un hueco en el centro de la formación.
-Ponerme
al día. –Dijo, bajando la cabeza para observar las líneas del mapa.
-Hemos
debatido sobre las posibles estratagemas. –Comenzó a decir uno, un hombre de
cabello oscuro, fornido, con el rostro duro, pero de movimientos elegantes,
propios de la raza.- Contamos con el factor numérico a nuestro favor. Si
juntamos los ejércitos de los tres reinos, seremos muy superiores…
-¿Alguno
de vosotros ha peleado contra un nefilim? –Interrumpió el príncipe, alzando la
cabeza para mirar, con el ceño fruncido, a todos los presentes.- ¿Alguno ha
comprobado la extraordinaria fuerza que poseen?
-Pero,
señor…
-Han
sido bendecidos con las fuerzas del cielo, por lo que no podemos confiar en que
la superioridad numérica nos dé la victoria.
-¿Tan
fuertes son? –Preguntó con curiosidad uno de los arqueros maestros, era joven,
un par de años más mayor que el príncipe. Él asintió.
-Nunca
he conocido a nadie tan fuerte.
-¿Ni
siquiera el príncipe Asch? –Glaiss escrutó el rostro del arquero durante unos
segundos. Asch era el hombre más fuerte que conocía, pero no era comparable con
la de un nacido del cielo, sin embargo, sabía que le haría frente si fuera
necesario, sobre todo si Shenia se hallaba en peligro. Pero el príncipe no se
encontraba en su mejor momento, no después de todo lo que había pasado.
Decidió, entonces, ignorar la pregunta.
La
sala se quedó en silencio. Todos los presentes eran conscientes del estrés que
había estado sufriendo el príncipe y que aquella pregunta no era muy apropiada.
Glaiss soltó un suspiro y volvió la mirada hacia los mapas cuando las grandes
puertas se abrieron de nuevo. Levantaron las cabezas y el príncipe murmuró
sorprendido. El rey de Sonrengar entró en la sala, caminando tranquilamente
hacia la mesa dónde estaban los generales del ejército y observó el mapa que
estaba extendido sobre ésta.
-Es
cierto que poseer un mayor número de efectivos es un punto a nuestro favor,
pero debemos ser cuidadosos. Tenemos que ganar esta guerra con el menor número
de bajas posibles y para ello debemos sacar partido de aquello en lo que
destacamos. –Se miraron los unos a los otros sin saber a lo que el rey se
refería. Estiró la mano y apuntó al camino real que llevaba a la Plaza central
de la Alianza, dónde se alzaba el exvoto a los vencedores.- Es de esperar que
el ejército guniveriano atacará de frente. Al príncipe Asch le gusta la fuerza
bruta y demostrar que no necesita una estrategia para ganar, por ello, se
convertirán en la vanguardia. Su amplio ejército cubrirá el terreno para
impedir el avance nefilim hacia el reino de Husmacia. También poseerán los
efectivos husmacianos dirigidos por la princesa. Tras ellos, se establecerán
nuestras fuerzas arqueras para hacer caer a todos los soldados enemigos antes
de que se rompan las filas. –Glaiss alzó los ojos para observar a su padre.
Hacía demasiado tiempo que no le veía de aquella forma, siempre había sido
demasiado arrogante para inmiscuirse en los problemas ajenos a su reino, sin
embargo, ahora, estableciendo la estratagema para combatir con sus vecinos, le
embargó al heredero un sentimiento de orgullo. Esbozó una sonrisa y continuó
escuchando su explicación.- Nuestros soldados y caballeros constituirán el
factor sorpresa. –El rey alzó los ojos y sonrió, mientras les señalaba a
todos.- Nuestra raza se caracteriza por ser ágil y rápida, por lo que habrá que
sacar partido a nuestras habilidades. –Bajó las manos y señaló las extensiones
boscosas que rodeaban la Plaza.- El grueso de nuestro ejército se mantendrá
oculto en los árboles, preparados para asaltarlos. Así, no sólo estarán en
inferioridad numérica, sino que también estarán rodeados.
Los generales
alabaron la grandiosa estratagema que había establecido el rey y se marcharon
para comunicar el plan al resto de los reinos. Regis se volvió hacia su hijo,
quién estaba apoyado en la mesa, con una sonrisa y cruzado de brazos.
-Da
gusto ver que el rey vuelve a dirigir a su ejército. –Regis soltó una risa.
-Me
has hecho comprender que somos seres sociales y que si no tenemos quién nos
vele, la oscuridad puede engullirnos. –Se acercó y le apoyó la mano en el
hombro.- Como se suele decir, la unión hace la fuerza.
-¡Vamos!
Con cada ataque debéis dar lo mejor de vosotros mismos. Una espada no es un
arma, es una extensión de vuestro propio brazo. ¡Hacerla vuestra y seréis
imparables! –El príncipe Asch animaba a sus soldados a gritos, los cuales se
lanzaban contra él con toda la fuerza que poseían. Los entrenamientos en
Guniver siempre habían sido así de intensos, por lo que los soldados ya estaban
acostumbrados a las exigencias de su príncipe.
-¡Mi
señor! –Gritó un mensajero que llegaba corriendo hacia él. Asch se encontraba
en el campo de entrenamiento, realizando los mismos ejercicios que sus
soldados.
-Seguid
vosotros. –Dijo, retirándose. Se pasó la manga por la frente para secarse el
sudor y se reunió con el hombre. Recogió un pergamino que traía y lo desenrolló
para leerlo. En sus ojos apareció un brillo especial a la vez que esbozaba una
sonrisa.- Vaya, vaya, vanguardia ¿eh? Perfecto. –Dijo complacido, estrujando el
papel con la mano izquierda.
-También
han llegado los arqueros maestros, esperan sus indicaciones para proceder con
la instrucción. –Asintió y el príncipe comenzó a andar hacia las cuadras,
rápidamente. Los sirvientes, al verle llegar, empezaron a preparar a su caballo
para que estuviera listo.
-Envíales
al campo de tiro, mis arqueros les esperan allí.
-¡Muy
bien, señor! –Dijo siguiéndole.
-¿Qué
hay de mis comandantes?
-Ya
han llegado a Husmacia y pronto lo harán a Sonrengar. –El mensajero corrió para
alcanzarle. Comenzó a gritar alarmado.- ¿Señor? ¿A dónde va? Hay asuntos que
tratar en el reino, no puede irse ahora.
-¡Tranquilo!
Confía en mí. ¡Sé lo que hago! –Exclamó, subiendo a su montura y saliendo
rápidamente de la plaza y del reino, perdiéndose en la frondosidad del bosque.
El hombre se quedó parado, observando cómo el príncipe se había ido tan rápido
sin dar ninguna explicación. Soltó una pequeña maldición y regresó para cumplir
con aquello que le había mandado.
Tras
las grandes y blancas murallas de Husmacia, también el estrés era patente. Los
soldados eran entrenados en el campo de entrenamiento por el comandante
guniveriano que habían enviado desde el reino vecino. Los arqueros maestros
también entrenaban al pequeño escuadrón que poseía Husmacia. Este reino no se
caracterizaba por un ataque explosivo ni por una experta puntería, sino más
bien por una resistencia increíble. El ejército poseía un gran escuadrón de
soldados, todos de gran tamaño, fuertes y robustos, que portaban los grandes
escudos de Husmacia y las lanzas para aplacar la fuerza enemiga en la primera
línea de batalla. Sin embargo, también poseía buenos espadachines que eran
rápidos y eficaces.
La
princesa Shenia también había estado entrenando duramente por su cuenta y
ahora, con un comandante guniveriano a su servicio, estaba sometida a unos
ejercicios duros y agotadores. El príncipe Asch había dado las órdenes de una
manera muy clara, quería entrenar a la princesa de la manera más rápida e
intensa, por ello, el comandante era obligado a cargar contra ella como si
fuera su propio príncipe. La chica al principio se dedicaba a esquivar los
golpes o pararlos, pero con un par de indicaciones y pautas, conseguía
contraatacar la mayoría de ellos. De momento, sólo tenía permitido utilizar la
espada, para que cogiera soltura y se acostumbrara a su peso.
Shenia
lanzó un ataque desde arriba, cogiendo con ambas manos la empuñadura, y el filo
de la espada chocó contra la del comandante, que mantenía un equilibrio
perfecto. La muchacha hizo fuerza, pero el hombre la empujó hacia atrás y cortó
el aire, justo cuando ella saltó y colocó los pies para mantener la postura
inicial.
-Debes
estudiar al enemigo, observar su juego de pies, sus movimientos. Siempre
encontrarás un punto débil. Todos lo tenemos. –La chica se quedó mirando al
hombre, analizándole. Éste se lanzó contra ella con toda su fuerza, lanzando
los ataques que ella paraba con su espada. Era obvio que él era mucho más alto,
pero también se movía más lento. Debía utilizar esa ventaja para hacerlo caer.
El
filo de ambas armas volvió a chocar y ambos ejercieron fuerza para echar al otro
hacia atrás, pero ninguno cedía. Shenia apretó los dientes y ejerció toda la
fuerza que pudo. El hombre, al ver su esfuerzo, lo imitó y empujó todo su
cuerpo hacia delante. La chica aprovechó entonces para saltar a un lado, coger
con fuerza el mango y pegarle un fuerte golpe en la cabeza. El comandante cayó
al suelo y trató de incorporarse lo antes posible cuando sintió el filo de la
espada de la princesa en el cuello, pinchando ligeramente la piel.
-Excelente.
–Alabó el hombre, mientras esbozaba una sonrisa.- Has utilizado mi propia
fuerza contra mí. Perfecto. –La chica retiró la espada y le ayudó a
levantarse.- Está bien que sepas utilizar una espada a dos manos, pero tengo
entendido que tienes gran habilidad con los látigos, tendrías que practicar a una
mano.
-Lo
he intentado, pero ésta es demasiado pesada, no la aguanto mucho rato.
-Habrá
que encontrarte una más pequeña, más ligera, podrías utilizar ambas.
Juntos
se fueron a las herrerías en dónde trabajaban a pleno rendimiento para tener a
punto todas las armas para el ejército, las que ya estaban listas eran
almacenadas en la armería que había a continuación. Ambos pasaron al interior
de la habitación, era cuadrangular, amplia, con escaleras descendentes que
indicaban otros pisos para almacenarlas. Bajaron por ellas en silencio para dar
a otra estancia, en la cual había sólo espadas. Éstas eran de todos los
tamaños, desde estoques a dos manos a dagas arrojadizas. El comandante se
acercó a una sección intermedia, dónde se encontraban las espadas ligeras. Tras
inspeccionarlas todas, la princesa agarró la empuñadura de una preciosa espada
de hierro, con el filo ligeramente curvado y una punta afilada. Poseía una
elaborada decoración floral a lo largo de toda ella, sin embargo, la empuñadura
era simple y austera.
Tras
probar su peso en ambas manos, la chica esbozó una sonrisa y se giró hacia su
acompañante, que no le quitaba el ojo de encima.
-Me
gusta esta.
-Es
una cimitarra, una espada ligera, muy manejable y cortante. Me parece que es la
indicada para ti. –Asintió varias veces con la cabeza.- Bueno, ¿practicamos?
-La princesa aprobó su propuesta y, juntos, salieron hacia el campo de
entrenamiento para seguir con la instrucción.
Aquella
taberna siempre había sido frecuentada por la misma gente. Asesinos,
mercenarios, fugitivos, delincuentes… Todos formaban la escoria de una sociedad
civilizada. Las gentes de los pueblos miraban con malos ojos a aquellos que
pertenecían a esa calaña, muchos se equivocaban al pensar que todos eran
iguales, pero su fama estaba justificada. Incluso en el ambiente familiar que
poseía aquel lugar, la mayoría se comportaba como auténticos animales. Incluso
aquel día en el que los príncipes de Y.U.R.G.S. se habían acercado, no pudieron
dejar a un lado sus malas formas.
Esa
mañana nada había cambiado, los que allí había estaban embriagados desde la
noche anterior o comenzaban a estarlo desde el alba. Gritaban, maldecían,
escupían y eructaban, se comportaban peor que los cerdos en la pocilga. Durante
las primeras visitas de Kylai había salido asqueada de aquel lugar, pero ahora,
después de tanto tiempo, ya estaba acostumbrada al peor de los olores.
La
pequeña erenia se encontraba sola, sentada en una de las mesas junto a la
ventana. Había dejado a su bestia fuera, durmiendo bajo la sombra de un gran
árbol. A pesar de ser un bicho aterrador, dormía como un cachorro. Encima de la
mesa había dos jarras vacías y una a medio beber delante de ella, la cual
acariciaba con la yema de los dedos. Estaba demasiado enfrascada en sus
pensamientos como para escuchar la pelea que había tras ella. Al parecer, un
escuálido fugitivo había derramado la cerveza de un irascible mercenario y éste
quería lanzarle a través de una ventana. Sin embargo, el ruido se fue apagando
cuando la puerta se abrió.
El
mercenario tenía cogido por el pescuezo al muchacho cuando levantó la cabeza y
observó a quién entró en la taberna. Su rostro se crispó, aún más si cabe, y
apretó los dientes. Incluso comenzaba a ponerse colorado. Dejó caer al fugitivo
y éste se arrastró por el suelo para alejarse de él.
-Tú…
-comenzó a mascullar el mercenario.- Eres el cabrón de la otra vez. No pensé
que tuvieras los huevos para volver a aparecer por aquí. ¿Ya no vienes con tus
guardaespaldas?
El
príncipe Asch alzó una ceja, mirándolo con indiferencia y cierto desdén.
Parecía ni inmutarse por la ira que desprendía el hombre.
-¿Guardaespaldas?
Creo que no fui yo quien pidió ayuda a sus amigos cuando un tullido le estaba
pegando una paliza. –Caminó hacia el interior y le apartó para poder pasar.
Todos los presentes dieron un paso atrás.
-¿Cómo
has dicho? Hijo de puta, ahora verás. –Las fosas nasales del hombre se
abrieron, frunció el ceño y agarró al príncipe del hombro. Sacó del bolsillo un
cuchillo con el corte irregular y trató de clavárselo en los riñones. Asch le
agarró por la muñeca de la mano que lo sujetaba, se giró, retorciéndole el
brazo, y le arrebató la daga de la otra. La cogió con fuerza y se la clavó al
hombre en la palma. Éste profirió un grito.
-No
tengo ni tiempo ni paciencia para tratar con escoria como tú, será mejor que
trates de conservar tu otra mano.
Le
soltó y siguió su camino, mientras todo el mundo se apartaba. Llegó hasta la
mesa en la que se encontraba Kylai y tomó asiento sin preguntar antes. El
tabernero le sirvió, sin que éste pidiera nada, una jarra de cerveza fría.
-Vayas
a dónde vayas, ¿siempre tienes que ser el centro de atención? –Preguntó la
pequeña sin mirarle.
-Soy
impresionante, es normal que se fijen en mí y quieran superarme. –Dijo con una
sonrisa ladina, cogió la jarra y dio un largo trago. La erenia volvió la cabeza
y clavó su mirada en él.
-Veo
que sigues siendo tan modesto como siempre.
-Las
buenas costumbres nunca cambian.
Kylai
sonrió.
-¿A
qué has venido? Porque creo que tienes asuntos pendientes más importantes que
dejar tullido a ese despojo.
Asch
se acomodó en la silla y observó la espuma que aún quedaba en la cerveza. Pasó
el dedo por el vidrio. Su sonrisa pilla había desaparecido y ahora su semblante
estaba serio.
-Necesito
tu ayuda, necesito toda la ayuda que puedas conseguir. –Alzó los ojos hacia
ella.- Estamos en guerra. –La muchacha no se inmutó y esperó pacientemente a
que el príncipe encontrara las palabras adecuadas y se lo explicara. El chico
palideció un momento, se echó hacia atrás la melena y cogió aire, antes de
exponer toda la información que poseía.
Después
de la larga charla, de explicar la maldición que poseía el príncipe Drank, de
la guerra que librarían en dos días y de la unión de todas las fuerzas de la
Alianza, el chico se quedó callado, esperando una respuesta de Kylai a una
pregunta que no hacía falta realizar. La erenia dio el último trago a su
cerveza y apartó la jarra vacía hacia el centro de la mesa, junto a las demás.
-Sabes
que cobro por ello y ya me debéis mucho dinero por todo el servicio que os he
prestado.
Un
saco golpeó la mesa e hizo callar a la pequeña, sus manitas deshicieron el lazo
y dejaron ver en el interior puñados de monedas de oro. Tragó saliva y clavó
los ojos en Asch.
-Esto
debe de ser suficiente para saldar todas las cuentas que tenemos contigo. –Se
inclinó hacia ella y apoyó las manos en la mesa.- Necesito tener toda la ayuda
posible, te necesito Kylai. Sabes que no vendría pidiendo ayuda si de verdad no
la necesitara.
Ambos
se quedaron en silencio. La muchacha consideraba la oferta, era peligroso. Una
cosa eran robos, asesinatos… pero nunca había luchado en una guerra de verdad,
se veía capaz, pero inexperta. Además, no todos los mercenarios de Y.U.R.G.S.
estarían dispuestos a dar su vida en aquella guerra, la mayoría querrían verles
a todos muertos. Se pasó la lengua por los labios y agarró el saco. Asch se
echó hacia atrás en la silla y la observó en silencio.
-Dame
tres días y reuniré las fuerzas necesarias. –Saltó de la silla y cogió la gran espada
que estaba apoyada contra la pared. Fue arrastrándola por el suelo hasta la
salida. El príncipe observó a través de la ventana que tenía en frente cómo
despertaba a su bestia y juntos se internaban en el bosque. Sus ojos bajaron
para observar la bebida. Tomó un sorbo y se pasó la lengua por los labios para
limpiar la espuma.
-Espero
que tengamos tres días.
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