El día previo a la batalla
había llegado antes de se dieran cuenta. La tensión se respiraba en el ambiente
desde que los primeros rayos de luz iluminaron los reinos. Los soldados se
movían de un lado a otro, llevando armas, corazas, escudos, grebas… todo lo
necesario para iniciar una guerra. Los sirvientes atendían a los caballos que
partirían con las tropas hacia la batalla. Desde los primeros rayos de luz de
día se sentía la agitación en todos los reinos.
Glaiss abrió los ojos temprano, no había dormido demasiado bien
aquella noche y se sentía exhausto. Salió de la cama y abrió las puertas del
balcón para que el fresco aire mañanero le despejara las ideas. Se acercó al
lavabo, vertió el frío agua de la jarra de porcelana que descansaba sobre la
mesita y humedeció el paño que había a la izquierda del lavabo. Se lo pasó por
el rostro, por el cuello, por los hombros desnudos y bañó todo su torso cuando,
sin previo aviso, dos secos golpes resonaron en la puerta. Lanzó el paño encima
del lavabo y se aproximó a la puerta para abrirla. El muchacho al que recibió
era ya conocido para él, se dedicaba sobre todo a realizar los recados de los
nobles.
-Mi señor. –Dijo el muchacho, hizo una reverencia y volvió a erguirse-
Se reclama vuestra presencia en el Salón del Trono.
-¿Quién os envía?
-Vuestro padre, mi señor, me ordenó que os insistiera en que os
dierais prisa.
El elfo asintió, recogió su camisa de algodón y se dirigió al Salón
acompañado del muchacho. Al llegar, el chico le hizo una reverencia y
desapareció por el pasillo. Glaiss empujó una de las enormes puertas y entró
colocándose las mangas de la camisa. Su padre, Regis, estaba de pie, con sus
conocidos y lujosos atuendos bien colocados, junto a una esbelta figura de
cabello dorado. El príncipe frenó en seco. Ambos se
giraron hacia él y Sylvie le dedicó una amable sonrisa. Regis susurró a la
muchacha unas palabras y esbozó una sonrisa, así, la chica caminó hacia Glaiss,
hizo una reverencia y salió de la estancia.
-Una buena mujer. –Dijo el rey cuando ella cerró la puerta. Su
hijo se giró hacia él.
-¿Qué hacía aquí?
-Ha venido a traernos un regalo, de parte de su patria.
-¿El qué? –Preguntó el muchacho, frunciendo el ceño. Regis se acercó a
él, le agarró de los hombres y salieron juntos de la sala. Atravesaron las
puertas principales, el patio empedrado y las puertas de la muralla. Frente a
ellos, en el camino que atravesaba los extensos campos de cultivo, se hallaba
un ejército, de vestimentas marrones y doradas. Glaiss se quedó atónito, habría
al menos doscientos hombres. Sylvie se acercó al muchacho y se colocó a su
lado.
-Darven quiere ayudaros en vuestra lucha, son trescientos de los
mejores guerreros, dispuestos a dar su vida… por nuestros aliados.
-¿Aliados? –Repitió sorprendido. Regis asintió, a su lado.
-Tanto Anri, como Asch están de acuerdo, es una decisión unánime.
Darven, a partir de hoy, será fiel aliado de Y.U.R.G.S.
Se reflejó en la mirada del muchacho un sentimiento de esperanza y
gratitud que le hizo esbozar una gran sonrisa. Desvió la mirada hacia Sylvie,
quien también le miraba, y vocalizó un “gracias”. Después de todo, la chica
parecía estar dispuesta a dejar atrás el promiscuo pasado del príncipe y
centrarse en el presente y el futuro.
-Vaya, vaya, cuanto amor se respira en el ambiente. ¿Interrumpo algo?
Asch había llegado a caballo hasta las mismas puertas de Sonrengar y
les miraba a ambos con una sonrisa ladina. Glaiss dejó escapar un bufido y se
volvió hacia su amigo. Sylvie, por el contrario, se sonrojó y volvió al
interior de las murallas. Su ejército, obediente, se movió en formación detrás
de ella. Los nuevos soldados debían ayudar también a los preparativos y sería
mejor empezar cuanto antes.
-¿No te cansas de molestar?
-Es mi afición favorita, además, habría sido una escena mucho más
romántica y mucho más divertida de estropear si vuestro padre y señor no
estuviera presente. –Agachó la cabeza para saludar con solemnidad al rey, éste
le devolvió el saludo a la vez que daba un fuerte golpe a la espalda de su
hijo.
-Espero que a esta no la dejes escapar, no será elfa, pero me gusta.
Glaiss le respondió con una sonrisa.
-¡Eh! –Llamó Asch- Coge el caballo, tenemos una cita. –El elfo se
volvió hacia su amigo, ya no sonreía, su semblante estaba serio. Asintió y
llamó a los sirvientes para que trajeran su montura.
Tanto Glaiss y Asch como Shenia habían sido llamados para reunirse con
Amadeus y Belpher en la Gran Biblioteca del poblado melora. El asunto que allí
les atañía no sería una buena noticia. Sus sospechas se confirmaron cuando ambos
meloras les recibieron con el peludo rostro lleno de seriedad. Todos tomaron
asiento alrededor de la gran mesa de madera donde los meloras estaban subidos.
-¿Y Aleshia? –Preguntó Shenia, apoyando los brazos sobre la mesa.
-No estará con nosotros en esta reunión, su salud, uno de los puntos a
tratar, no es óptimo. Pero primero debemos atender otro tema. –Alzó la mano-
Camila, acercaros por favor.
Una mujer esbelta, de tez morena, ojos castaños, cabello negro,
cortado a la altura de la barbilla, con la espada colgando de la parte derecha
del cinturón se acercó, hizo una reverencia y se irguió.
-Capitana del tercer escuadrón del príncipe Drank, he sido envidada
aquí para entregaros un mensaje urgente del rey. –Alargó el brazo, tendiéndoles
un trozo de papel amarillento, perfectamente doblado y con el sello de la casa
real Stain. Glaiss cogió el papel.- Siento no poder quedarme, he de partir con
mi escuadrón, os deseo mucha suerte. –Volvió a hacer una reverencia y salió
rápidamente de la estancia, dejando tras ella un silencio incómodo. El elfo se
giró hacia ellos y rompió el sello de la carta. Estiró el papel y comenzó a
leer:
“He de comenzar esta carta
pidiéndoos perdón. Perdón por todo lo causado y por lo que causaré. Sabéis, tan
bien como yo, qué es lo que me sucede y comprendéis cual es la única solución.
Desgraciadamente, no estoy solo
en esto. La Luna de Sangre y mi presencia en el reino está afectando a mi
pueblo, a los hombres y jóvenes, y los arrastra hacia la oscuridad. Pronto
dejaré de tener momentos de lucidez cómo estos, dejaré de ser yo mismo para
convertirme en la marioneta de un antiguo y rencoroso brujo. Pero antes de que
ocurra lo inevitable, he deseado salvar a todo el que pueda.
El resto de mi
pueblo, las mujeres, los niños y aquellos hombres que no son de pura raza nefilim,
morirían si se quedaran más tiempo bajo mi techo. Por ello, les he encomendado
a Camile y su tropa, las mejores de su promoción, la misión de protegerles. Serán escondidos y sólo ellas
sabrán su paradero. Cuando todo esto haya acabado, deben regresar a casa
Camile os habrá entregado este
mensaje y tiene órdenes precisas de no volver hasta que todo esto no haya
pasado. He dejado a su elección combatir junto a vosotros pues, aunque también
sea duro para vosotros, ella debería pelear y matar a los que un día fueron su
padre y su hermano.
Debo terminar, queridos
hermanos, siento como la vista se me nubla. Dejo aquí, por tanto, mi última
voluntad que ha de ser cumplida. El hijo que lleva Aleshia en su vientre es
fruto de nuestra unión y será el heredero de Blizternova, hasta su mayoría de edad, Aleshia ha de ser quien
regente el reino.
Gracias por estos años,
hermanos, gracias por estar a mi lado en los más oscuros momentos, pero ahora,
como última petición, os suplico que acabéis con esto lo antes posible. No
mostréis piedad, no titubeéis, pues yo ya no seré el mismo. Sólo acabad con mi
sufrimiento y retomad vuestras vidas, en vuestro corazón sólo deben quedar
los buenos momentos que eclipsarán este oscuro giro del destino.
Siempre fiel a la corona, a
Y.U.R.G.S., a vosotros, hermanos. Que los dioses os acompañen.
Drank Owl Von Stain”
La voz se quebró en su garganta y dejó caer el papel sobre la mesa.
Nadie abrió la boca, nadie pronunció palabra, se limitaron a mirarse los unos a
los otros. Asch fue el primero en romper
aquel silencio, dejó escapar el aire que había contenido y se pasó la lengua
por los labios.
-Entonces… se acabó. Ya no hay esperanza para Drank, su única solución
es la muerte.
-¡No! –Interrumpió Shenia- Debe haber otra manera, siempre la hay,
¿Verdad, Amadeus? –Dijo dirigiéndose hacia el melora pero éste negó con la
cabeza. Agachó la cabeza y respiró hondo, sintió como la mano de Asch
acariciaba la suya.
-Tenéis que tener claro que la próxima vez que veáis al príncipe
nefilim, ya no será vuestro aliado, ni vuestro hermano, se habrá convertido en
un monstruo, no tenéis que dejar que vuestros sentimientos hacia él os
distraigan, él no va a titubear. –Dijo Belpher de manera solemne. Después se
dirigió a la chica y le cogió la mano libre- Mi niña, no debes dejar que esos
sentimientos se interpongan, tu tarea es crucial. Debes librarle de ese dolor.
La princesa alzó el rostro y clavó la mirada en el melora, asintió con
la cabeza y respiró hondo, mirando de reojo a su prometido, quien le miraba
preocupado.
-¿Cuándo saldrá la Luna de Sangre? –Interrumpió Glaiss. Amadeus
dirigió sus ojos hacia él.
-A medianoche, el cielo se teñirá de rojo y el sol no saldrá de nuevo.
-¿No saldrá? –Preguntó Asch confuso- ¿Quieres decir que la guerra se
entablará de noche?
-Me temo que sí, Asch, la Luna de Sangre estará presente durante toda
la batalla.
Glaiss y Asch intercambiaron una mirada. Debían rehacer la estrategia,
no se esperaban tener que combatir de noche. Aunque podrían seguir con el plan
de rodear al ejército nefilim, las fuerzas principales, es decir, los ejércitos
de Husmacia y Guniver, deberían llevar cierta iluminación.
Después de aquel momento en silencio en que todos estuvieron meditando
la situación en la que se verían envueltos al día siguiente, Amadeus rompió el
silencio, pues tenía que mencionar, no sin más importancia que lo anterior, el
repentino cambio de salud de la doncella Aleshia. Al parecer, el embarazo se
había desarrollado más rápido de lo que se esperaba y el cuerpo de la muchacha
no lo había asimilado demasiado bien. Según Belpher, el niño estaba creciendo
sin malformación alguna a pesar de la rapidez del proceso, por lo que, bajo
vigilancia constante y cuidados exhaustivos, la salud tanto de la madre como
del futuro niño no correría peligro. Después de aquella información y de hacer
una rápida visita a los provisionales aposentos de la muchacha, los tres
herederos partieron hacia sus correspondientes reinos para informar de la nueva
estrategia.
La luz del sol comenzaba a caer por el horizonte, a cada minuto, la
sombra se extendía por la tierra. Los campos de entrenamiento estaban vacíos,
los soldados pasaban las últimas horas del día con sus seres queridos para
despedirse de ellos si ocurriera lo peor.
En Sonrengar, las luces de la sala de Archivos estaban aún encendidas,
en su interior sólo quedaba el príncipe Glaiss. Hacía horas que se había
quedado solo, perfeccionando y repasando la estrategia de batalla que seguirían
al día siguiente. Sus rubíes ojos seguían las líneas del mapa mientras de sus
labios salían leves susurros, recordando el plan una y otra vez.
-Deberías descansar, mañana te espera un largo día.
Glaiss se volvió sobresaltado para observar a su padre, que se
acercaba tranquilamente. Giró la cabeza y se centró en el mapa.
-No puedo.
-Sé que no puedes, pero debes, sino mañana estarás exhausto y debes
dar tu máximo potencial.
-Necesito perfeccionarlo, no está del todo bien.
-Glaiss. –Su padre lo apartó de la mesa e hizo que le mirara, mientras
le sujetaba por los hombros- Sé lo que estás tratando de hacer y también sé que
es imposible. No puedes estar preparado para esto, es imposible. Nadie que
tenga sentimiento alguno puede estarlo. –Clavó la mirada en su hijo y comenzó a
frotarle los hombros- No eres menos hombre si admites que tienes miedo, es
normal, enfrentarte a un ser querido supone un gran golpe emocional.
El chico respiró hondo y dejó escapar el aire poco a poco, incluso
tembló ligeramente.
-No estoy preparado para esto.
-Lo sé, el miedo es un sentimiento totalmente racional, pero, tarde o
temprano, todos debemos superarlo. Son pruebas que se nos presentan a lo largo
de nuestra vida, hijo, y sé que tú eres capaz de abordarlo. Eres el mejor
guerrero que conozco.
El joven elfo esbozó una sonrisa y envolvió a su padre con los brazos.
-Gracias… -Susurró.
Después de una copiosa cena, Shenia se había retirado pronto a sus
aposentos para poder estar sola antes de afrontar el nuevo día. Había decidido
calmar sus nervios dándose un baño, después de pedir a Nicolette que le prepara
la bañera, se hundió en el agua y cerró los ojos. Sin embargo, su mente no era
capaz de quedarse en blanco, desgraciadamente, rememoró todos los momentos que
había pasado junto al príncipe Drank con el que, a pesar de que les separaban
unos cuantos años, ambos se habían llevado de maravilla. Como hermanos de
sangre. Entonces, su mente se volvió retorcida y se imaginó todo tipo de
escenas que podría vivir en pocas horas. Sacó la cabeza del agua y tosió. Se
pasó la mano por la cara y se quedó apoyada en el borde de la bañera. Puso la
frente contra su brazo y cerró los ojos con fuerza, sin embargo, la presión que
tenía sobre sus hombros, pues sabía el peligro que correría en la batalla,
comenzó a mellar su ánimo. Unos silenciosos sollozos se escapaban de sus
entreabiertos labios, las lágrimas dibujaban surcos sobre la piel de sus
enrojecidas mejillas y su cuerpo comenzó a temblar, con una mezcla de nervios y
frío. En aquel momento deseó que todo aquello fuera un sueño, una mala
pesadilla de la que poder despertar. Pero sabía que era tan real como la vida
misma.
Después de aquel poco reconfortante baño, se puso el camisón, abrió
las puertas de su balcón y se tumbó en la cama, desde donde veía el cielo,
aunque las estrellas eran poco visibles tras la oscura capa de nubes que
cubrían toda la bóveda. Poco a poco, dado al confort que le proporcionaban
tanto las suaves y frescas sábanas de su cama, como la brisa que le entraba
desde el balcón, cerró los ojos lentamente hasta sumirse en un profundo sueño.
En Guniver, el ambiente era bastante distinto, Asch se había pasado el
resto de la tarde y la noche solo, encerrado en sus aposentos, preparando su
mente para la batalla del día siguiente. Había sacado del armario del cuarto
del difunto rey la armadura de su padre y ésta reposaba ahora junto a su cama.
Se había bañado y puesto ropa cómoda, pero sus nervios estaban a flor de piel y el
sueño no acudía a él a pesar de que era consciente de que debía descansar.
Harto de estar encerrado en su pequeño espacio, salió de su aposento y recorrió
los ya silenciosos pasillos de su castillo hasta los jardines traseros,
decorados con árboles frutales, rosales y arbustos cuidadosamente podados, y
bancos de piedra tallados. Paseó por la serie de pasillos de grava, que
separaban los diferentes parterres. Se detuvo, se sentó en uno de los bancos y,
echando la cabeza hacia atrás, observó la gran luna que iluminaba el cielo.
Dentro de pocos minutos estaría en su parte más alta, es decir, a medianoche, y
su luz cambiaría.
Cerró los ojos y dejó que su mente divagase.
Cuando volvió a abrirlos, el cielo se había cubierto aún más de nubes,
como anunciando tormenta, pero, con una heladora ráfaga de viento, éstas se
movieron para dejar el cielo libre de ellas. Entonces la vio, imponente. Grande,
de color rojo sangre, resaltando sobre un fondo oscuro, prácticamente negro.
Como si la luna fuera una sanguinolenta herida en el cuerpo de un soldado. Su
rostro tomó una expresión de sorpresa mientras estaba bañado con aquella luz
rojiza que desprendía el gran astro. La luna, ahora de un tamaño mucho mayor,
pues debía de ser el doble de grande de lo normal, ahora iluminaba la tierra
con un color rojizo.
Se levantó del asiento para observarla con más detalle. Un escalofrío
recorrió la espalda, ajeno al frío aire que se había levantado. Tenía la
impresión de que algo diabólico estaba ocurriendo.
Y en realidad, el instinto de Asch no había fallado. Cuando la luz
rojiza de la Luna de Sangre bañó la tierra del reino nefilim, comenzaron a
oírse desgarradores gritos dentro del castillo, procedentes del mismísimo
príncipe. Éste se hallaba agazapado en el suelo del Salón del Trono y sus
gritos retumbaban en la gran sala. Tenía las huesudas manos cubriéndose el
rostro mientras respiraba de manera irregular, como si algo alrededor de su
cuello le impidiera hacerlo. De pronto, cesó y se hizo el silencio.
Su garganta comenzó a emitir una grave risa que podía confundirse con
la tos de un anciano. Apartó las manos de su rostro. Su piel, de color
enfermizo, se había aclarado lo suficiente como para dejar matices grisáceos en
toda su superficie, tenía los ojos hundidos, con los iris completamente negros,
y los labios agrietados. La maldición ya
se había completado, su conciencia racional había sido sustituida por la mente
de un fanático seguidor del antiguo brujo, lo único que ahora había en su mente
era la misión que se le había encomendado. Olvidó a sus amigos y hermanos, a su
amada, a su reino, ahora sólo era capaz de pensar en una cosa: matar a Shenia.
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