Y.U.R.G.S. -P.12-

Mientras el príncipe Glaiss conseguía mantener el control de la situación y refugiar a todos los supervivientes que se encontraba, Asch, junto a su fiel soldado Gilbert, se abrían paso hacia la sala del trono a través de los pasillos corriendo lo más rápido que podían, sin embargo, un muro de seres verdes les impedía llegar hasta la sala, que estaba al otro lado de la estancia.
-Debemos llegar cuanto antes, si han llegado hasta aquí es posible que el rey esté en grave peligro -Dijo Gilbert, pero Asch ya lo sabía. Los cuerpos de los soldados de Yurgs que habían intentado penetrar se amontonaban por todos lados. El soldado comenzó a luchar para dejar paso a su príncipe.- Señor, adelántese y salve al rey.
Asch salió corriendo en dirección a la puerta, con los dedos en los gatillos de las pistolas. Empujó con su cuerpo las puertas de entrada y se apresuró, pero frenó en seco al ver al rey. Arbat, que era un anciano de baja estatura con una larga y de color negro azabache.
-¡Asch! ¡Estás vivo! ¡Bienvenido seas! -El pequeño rey alzó las manos temblorosas y dibujó una nerviosa sonrisa en los labios. El humano frunció el ceño a medida que se iba acercando, pues parecía que ocultaba algo.
-¿Señor? -Esas fueron las últimas palabras del heredero de Guniver antes de caer al suelo debido a un fuerte golpe que había recibido por detrás de la cabeza. La vista se le nublaba poco a poco y soltó un leve suspiro antes de cerrar los ojos y quedarse inconsciente.

Glaiss apareció por el pasillo, pasando rápidamente entre soldados y atacando a todo ser que se le pusiese delante hasta que poder alcanzar a Gilbert.
-¡Soldado! ¿Dónde está Asch?
-En la sala del trono, lleva tiempo dentro -El soldado peleaba con todas sus fuerzas, pero los seres le acosaban y esperaban que cometiese un fallo. Gilbert se distrajo, miró hacia la puerta preocupado porque su señor no hubiese vuelto ya, cuando un ser ver aprovechó para clavar su cuchilla en el ojo derecho del soldado. El elfo sacó su espada y cortó el brazo del ser, se la clavó después en el pecho y lo alejó de una patada. Se giró hacia el soldado caído y trató de actuar sobre la herida, pero no tenía solución, había perdido el ojo.
-Lo siento soldado, no se podrá hacer nada para salvar su ojo -Arrancó un trozo de tela de su uniforme y vendó la cabeza de Gilbert para detener la hemorragia.
-Gracias señor, espero que hayamos llegado a tiempo... -Escasos segundos pasaron antes de que retumbase en la estancia los disparos provenientes de la pistola de Asch. Glaiss y Gilbert se levantaron y entraron en la estancia para poder ver con sus propios ojos la escena que estaban presenciando. Una escena en la que Asch, el heredero de Guniver, mantenía su arma contra el cráneo del rey Arbat, a quien debía defender, mientras este le rogaba clemencia.
-No puedes hacerme esto Asch, por favor, somos como de la familia. Te he visto crecer y evolucionar. Por favor, ten piedad de mi, no lo hagas...
El joven disparó sin mediar palabra con el anciano, manchando su rostro de la sangre real de los enanos, se limpió con el dorso de la mano y guardó su arma- Pedir piedad es de débiles, un rey ha de ser fuerte.
Glaiss se acercó a él furioso y le dio un fuerte empujón para que centrase su atención en él.- ¡Ingrato! ¡Has asesinado al rey! -El elfo preparó su mejor puñetazo para lanzarlo contra su cara, pero Asch lo paró como si fuera el puño de un niño pequeño. Lo agarró fuerte e hizo que se diese a sí mismo para después soltarlo. Pasó la mirada de su viejo amigo a Gilbert y, observando sus ropajes, le dio una orden.
-Volvamos a palacio, debemos informar de la caída de Nindrez.
El príncipe de Guniver no parecía el mismo, su cabello seguía igual, su rostro intacto pero manchado los pequeñas gotas de sangre, pero sus ojos habían cambiado. Había dejado de tener aquella mirada tan característica de los reyes de Guniver para dejar paso a un color rojo sangre rodeado de un halo negro que le ensombrecía más la mirada.
Gilbert extrañado, acató la orden de su señor y volvieron sobre sus pasos, aunque Asch no parecía recordar el camino de vuelta, por eso, dejó que el soldado le guiase, mientras Glaiss confundido, volvía con el resto de sus tropas.
Cuando el príncipe cruzó la muralla de su reino, recibió una calurosa bienvenida por parte de todo el mundo, bienvenida que el rechazó con descaro mientras se abría paso a empujones a todos aquellos que le estorbasen en su camino y tiraba las ofrendas que le regalaban. Cuando llegó a palacio, se fue rápidamente a la sala del trono para tener una audición con el rey. Una vez en la sala y delante de su padre, se apoyó en el suelo con una rodilla y agachó la cabeza como gesto de respeto hacia la figura de su padre para acto seguido, narrar los sucesos ocurridos en Nindrez.
-¿Y tu, hijo? ¿Dónde has estado? Todos te buscaban y esperaban ansiosos el regreso del general de Guniver. Cuéntame, ¿dónde has estado?-
El silencio que mantenía Asch era largo hasta que el príncipe se puso de pie, mirando serio hacia su predecesor- Padre, no me encuentro bien, necesito descansar. -Giró sobre sí  mismo y se dispuso a salir sin importar que su padre no le había dado permiso para abandonar la estancia pero fue algo que el rey no dio importancia. Fue directo a sus aposentos y aguardó allí toda la noche, sin salir siquiera para la cena, hasta que llegó la madrugada y el palacio dormía. Caminó silencioso por los pasillos hacia la entrada Este del palacio. Gilbert, quien había salido de la enfermería en aquel momento observó a su señor hablando con un extraño mercader al que nunca había visto. Tras la larga charla que habían mantenido, le siguió hasta la cocina, de donde salió mirando a todos lados y se dirigió a su estancia.
Así pasaron los siete meses siguientes, en los que el príncipe no había salido ni una vez del reino y apenas se dejaba ver en el palacio. Su comportamiento era extraño, pero a nadie parecía importarle. Fue entonces, cuando un día, recibió una invitación real procedente de Husmacia. Se celebraba el diecisiete cumpleaños de la heredera, Shenia.
Asch mandó preparar el carruaje y los caballos para salir cuanto antes, mientras, él observaba la carta con una extraña sonrisa ladeada en el rostro.
-Princesa...

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